1. Antonio el camionero y su hija Valeria (II)


    Fecha: 14/12/2025, Categorías: Incesto Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos

    ... dejó caer en el sofá con la lentitud de un caracol viejo y obstinado, soltando un bufido de esfuerzo y satisfacción a la vez. Apoyó la espalda contra los cojines, estirándose como si acabara de descargar veinte toneladas a pulso. Luego reposó ambas manos sobre su barriga.
    
    Valeria lo observó de reojo mientras se acuclillaba a su lado, en silencio, pero con la mente encendida. Ese cuerpo basto y sin filtros tenía algo que no podía ignorar: la anchura de su pecho cubierto de vello, las piernas robustas, llenas de músculo bajo la capa de grasa vivida, el vientre abultado pero firme, el de un hombre que ha vivido sin excusas. Y el olor. Ese olor a hombre ungido en pomada con un fondo de tabaco y sudor. Auténtico. Viril. Sin florituras.
    
    Su vista se detuvo en los calzoncillos. El blanco desvaído contrastaba con el tono moreno de sus muslos. No había nada estético allí, y sin embargo, algo en esa presencia brutal, relajada y dominante a la vez, le provocaba un cosquilleo bajo el ombligo que no quería confesar.
    
    Antonio ladeó la cabeza y la miró con una ceja levantada, como si la hubiera pillado mirando.
    
    —¿Qué pasa? ¿Te asusta ver a este toro en reposo?
    
    Valeria sonrió apenas, sin dejar de mirar al frente.
    
    —Para nada… Lo que me asusta es saber lo que hace ese toro cuando se pone bravo.
    
    Antonio cerró los ojos un segundo, resoplando como si acabara de terminar una jornada entera de carretera. Tenía las piernas cruzadas por los tobillos, las manos abiertas sobre ...
    ... sus muslos, y el vientre subiendo y bajando con lentitud, como un animal grande que ha encontrado su rincón para descansar.
    
    Valeria lo observó con fijeza, de cuclillas a su lado, entre divertida y exasperada. Lo miró de arriba abajo, esa mole extendida en el sofá con todo el descaro del mundo, como si el salón fuera su templo y ella la devota encargada de rendirle culto.
    
    —A ver… —dijo finalmente, entornando los ojos—. ¿Qué coño haces boca arriba, papá? Se supone que iba a masajearte la espalda, no… —hizo un gesto vago hacia sus calzoncillos abultados— … eso.
    
    Antonio abrió un ojo, ladeando la cabeza con una media sonrisa torcida.
    
    —¿Y tú crees que mi lumbalgia está sólo en la espalda? —replicó con voz ronca, dejándose llevar por el tono gamberro—. Este músculo también carga lo suyo. Y tú ya sabes bien lo que pesa.
    
    Valeria resopló, pero no pudo evitar que se le escapara una risa ahogada. Aquel hombre tenía el don de convertir cualquier frase en una provocación.
    
    —Venga ya… —dijo, poniéndose de pie con desgana—. Date la vuelta, bruto. Si quieres que te afloje algo, será la espalda, no la entrepierna.
    
    Antonio gruñó como un perro viejo que no quiere moverse.
    
    —Joder, hija… ¿No me vas a dar ni una alegría?
    
    —Lo que te daré será una colleja, si no espabilas.
    
    Con mucho esfuerzo —y aún más teatro—, Antonio rodó sobre sí mismo como un tonel, hasta quedar bocabajo, con ambas manos bajo su frente y los calzoncillos blancos tensos sobre el trasero.
    
    —Venga, ...
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