1. Mi defensor


    Fecha: 20/08/2017, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... abrazado a mí, pegado completamente su cuerpo con el mío. Estaba caliente y estaba inquieto. La cercanía de ambos había despertado en él su sexualidad, y me restregaba su bulto, claramente notorio a pesar del short con el que estaba durmiendo. Yo sólo vestía un delgado calzón bikini, y la sábana que al principio nos había cubierto estaba caída a un lado, de manera que el contacto entre los dos era pleno.
    
    Me moví suavemente, tratando de que no advirtiera que estaba despíerto, y él aprovechó para clavar su pierna entre las mías, con lo que la presión de aquella cosa aumentó sobre mí. Qué cosa. Era dura y puntiaguda, y se sentía caliente. El contacto con aquello me despertó una mar de sensaciones: el calor de un cuerpo detrás de mí resultaba agradable y mi propio calor corporal comenzó a aumentar. Un cosquilleo empezó a treparme desde el bajo vientre hasta la garganta, pasando por el corazón cuyo ritmo iba en aumento.
    
    Volví a moverme, y Manuel tensó su cuerpo, estremeciéndose con algo que no era frío precisamente. Sus manos resbalaron por mi abdomen y entonces el que sufrió una descarga eléctrica fui yo. Hacía años que no sentía este tipo de cosas, y creí que había logrado dominar para siempre ese gusanito del deseo carnal con un hombre, pero Manuel estaba logrando despertarlo. Advertí que su short estaba ya húmedo con sus secreciones preseminales, y que yo estaba ya empalmándome respondiendo a sus manos que subían y bajaban por mi abdomen. Luego echó su aliento sobre mi ...
    ... nuca, y me hizo estremecer. Pocas veces había sentido algo así. Su lengua buscaba algo bajo mis oídos, y se escuchaba claramente el jadeo ansioso del deseo a flor de piel. Yo me abandoné a las caricias, me acurruqué en su cuerpo arqueando mis piernas para que el contacto con sus genitales fuera pleno.
    
    Y exhalé también mis propios gemidos de deseo. Total, Manuel me había defendido esa noche, y bien podía yo pagarle generosamente su intervención. ¿Me dejas que te lo haga? Preguntó. Sí, musité. Hazlo. Pero ya sus manos recorrían ansiosamente mi cuerpo, palpaban mis tetillas, bajaban por mi abdomen y masajeaban mis piernas y mis glúteos, despertándome nuevas sensaciones. Se sacó la playera y su tersa piel, su cuerpo musculoso quedó a expensas. Por la delgada penumbra que ponía en el ambiente la luz del pasillo que llegaba a través de la ventana podía verse claramente sus tetillas, sus pectorales, sus músculos abdominales, todo duro, firme, como un Hércules redivivo. Lo que no podía verse se podía palpar, y al tacto se sentía ardiente, atacado por la fiebre del deseo. Y mi corazón sonaba como una loca campana en pleno huracán. Sonaba y sonaba, mientras mi pecho subía y bajaba con una respiración igualmente agitada. Se quitó el short, y sacó poderosa tranca, que yo veía por vez primera. Era enorme, descomunal, como de unos 20 centímetros, coronada por una cabeza igualmente colosal, completamente dura y con la piel recorrida. Todo su miembro estaba húmedo y su ojete tenía unas ...