Mundo salvaje -2-
Fecha: 26/08/2019,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... anonadante deseo de hembra que por segundos más que minutos crecía y crecía, no se limitaba ya a los besos, los lamidos,las succiones en aquellos pezones que le alienaban, sino que pasó a morderlos, primero moderadamente, luego de manera más y más salvaje, causando auténtico dolor a su madre. Pero, curiosamente, también sucedía que según crecía la sensación de dolor en Ana, tanto o más se acrecentaba la sensación de placer inmenso en la madre. Porque Ana estaba pasándolo de verdad mal, pues las “caricias” de su hijo le dolían, y no poco, pero también experimentaba una sensación nueva, desconocida, de íntimos, fabulosos, goces; goces que estaban haciendo que su feminidad lubricara a chorros. No se conocía a sí misma en aquella hembra sedienta de sexo, sexo y más sexo, sin ápice de sentimiento humano, sino el álgido crescendo de la libido más bestial, más primigenia. Sí; esa Ana que acababa de conocer no era una mujer, un ser humano, sino una simple hembra en el cénit de su celo animal, una hembra de bestia salvaje, sedienta, hambrienta, de sexo, sexo, y más sexo…
Cuando fue a su hijo, lo hizo dispuesta a mantenerse pasiva durante la relación, pensando en su marido, su adorado Juan, puesta en él la mente, estáticamente ocupado por su adorado rostro, imaginando que las manos que manosearan su cuerpo eran las de su Juan, que el miembro que la penetrara era el de su Juan. Bueno, pues todo eso había ido a parar al baúl, y no el de los recuerdos, sino el del olvido, borrado de ...
... su mente, de su ser, todo lo que no fuera lo que su hijo le estaba haciendo, el inmenso placer que la estaba suministrando. Porque para entonces, sus brazos rodeaban el cuello de su Yago en más que prietísimo abrazo, latiendo por él, única y exclusivamente por él, ese aceleradísimo corazón suyo, gimiendo casi a gritos de infinito placer. Un placer salvaje, nuevo, inédito, para ella. Aquella “tigresa hambrienta de carne”, que tan bien conocía Juan, era una simple gatita, hasta modosita, comparada con la “fiera corrúpea”, en que la “tigresita” deviniera, porque si Yago la mordía a dentellada limpia por casi todo su cuerpo, dejándole los dientes marcados en cuello, senos, vientre, y labios, con los pezones, en verdadera perdición, la “fiera corrúpea” tampoco se quedaba tan atrás, mordiendo a dentelladas tan briosas como las de él la desnuda anatomía del joven, dejándole labios y tetillas más desgarrados que tumefactos Eran dos fieras salvajes, carniceras, devorándose, ferozmente, la una a la otra
Y llegó el momento de la verdad, cuando Yago la penetró de un seco golpe, uno sólo bastó, por lo tremendamente anegado en íntimos fluidos de mujer del “tesorito” materno; un único envión que, de milagro, no la taladró hasta la garganta. Ana soltó un casi grito, mezcla de agudo dolor, por lo salvaje de la metida, y tremendo placer sexual Y ya fue la monda cuando él inició aquél bestial meter y sacar, meter y sacar, interminable, anonadante, entrando y saliendo el elemento invasor a ...