1. EN UN MUNDO SALVAJE


    Fecha: 13/09/2019, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... mí! ¡Salga con sus armas y pelee conmigo por ella, o ríndase y márchese de casa! ¡Si no sale, ni se rinde tampoco, entraré y le mataré como a un perro! ¿Me ha oído usted, padre?. Se hizo un silencio; el rostro de Juan, como tallado en piedra, con las mandíbulas enclavijadas de pura furia, en tanto el de Ana se tornaba hasta gris, terroso, macilento, presa de horrísona tensión nerviosa, un dolor intenso, incomparable que la mataba, le partía el corazón. Se sentía morir; morir a chorros. Y Juan, mucho más sereno de lo que cabría esperar, se dirigió a la puerta, tomando la lanza de al lado de la jamba, con Ana corriendo, desolada, tras él – No lo hagas Juan; no lo hagas. No pelees con él; no lo mates, no des lugar a que él te mate. ¡Es tu hijo, Juan! ¡Nuestro hijo, nuestro hijito! ¡Mi hijo, Juan, mi hijo; mi hijito, mi bebé! – No temas, mujer; no pasará nada; bueno, sí pasará; que él se va a llevar la gran paliza de su vida. Aprenderá, de verdad, a respetarnos; a respetarte a ti, su madre, a respetarme a mí, su padre. Pero de ahí no pasarán las cosas ¿Cómo iba yo a matar mi propio hijo? Ni borracho, Ana; ni borracho… Juan salió afuera, con su llorosa esposa pisándole los talones; avanzó hacia el centro de la explanada, ante la casa; Yago retrocedió casi tantos pasos como su padre avanzó, puesto en guardia, con la lanza terciada y Ana junto a la puerta, apoyada en la jamba, aterrada ante la escena que se avecinaba. Les miraba y casi no se creía lo que veía. Él, Yago, no era su ...
    ... hijo, no lo reconocía como tal; era un animal salvaje, una bestia. Y es que, verdaderamente, en tal momento Yago no era un ser humano, sino una bestia salvaje; un macho enfebrecido por una libido tornada ingobernable. Un macho anhelando una hembra, y dispuesto a todo para lograrla. Un macho joven que aspira a ser el “Alfa” de la manada, desbancando al actual, arrebatándole, así, el prioritario acceso a la hembra Se miraron padre e hijo y empezaron a girar alrededor uno del otro, estudiándose, intentando adivinar las intenciones del otro. Fue Yago quien primero se lanzó al ataque; ciego, impetuoso, lleno de furia, de rabia, de odio; Juan le esperó a pie firme, tranquilo, frío, dejándole llegar, para, al tenerle a un paso, quitarse de en medio, en un quiebro, mientras cruzaba la lanza a los pies de Yago, que trastabilló en ella y rodó por el suelo cuan largo era, mientras Juan, rápido cual áspid, se le echó encima, con el mango de la lanza por delante, arreándole de mandobles en espalda, riñones, posaderas, que hicieron bramar de dolor al impetuoso “macho joven”. Yago, perdida la lanza con la caída, hecho alaridos, trataba de cubrirse, escapar a la lluvia de golpes que le caían, girando sobre sí mismo, hecho un ovillo, en tanto lanzaba patadas al padre, tratando de hacerle caer, lográndolo en una de ellas, con lo que también Juan rodó por el suelo, perdiendo, así mismo, la lanza; no se entretuvo en intentar recuperarla, sino que, raudo, se puso en pie, mientras el hijo hacía lo ...
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