1. EN UN MUNDO SALVAJE


    Fecha: 13/09/2019, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... pico; dos horas a todo tirar. Y que, por finales, sólo sería cumplir con un pacto, un compromiso, sin más implicaciones; bien mirado, ni sexuales, pues sólo sería dejar que Yago se desfogara en ella dos, tres veces, y punto; hora, hora y algo al día, y pare usted de contar. Además, que cada día, tras cumplir el compromiso, ella volvería a él, íntegra, sin haberse dejado nada tras sí, para amarle y hacerle feliz; amarse los dos, hacerse dichosos los dos. Pues bien mirado, ¿qué importaba que Yago disfrutara cada día de su cuerpo, si su alma sólo era de él, de Juan? Y, como de otra manera no podía ser, Juan acabó por “pasar por el aro” que su mujer quería que pasase; en primer lugar, porque hubiera sido la primera vez que ella no se saliera con la suya, pero también porque él mismo acabó por asumir que no tenían otra salida mejor, o, al menos, menos mala. Pero bien se dice que “a la fuerza ahorcan”, y si acabó aceptando “aquello”, fue “tapándose las narices”, como se traga el aceite de ricino. Ana quiso que él regresara con ella a casa, pero él se negó; tampoco quiso que ella se quedara allí con él, pues prefería estar solo. Se marchaba ya Ana de vuelta a casa, cuando se volvió a él. – ¿Qué…. qué harás cuando…bueno, cuando Yago y yo?. Cortó ahí la frase, pues no pudo, le fue imposible acabarla – ¡Marcharme, claro! ¡No voy a quedarme allí, de “sujetavelas”, mientras se folgan (6) a mi mujer! Me iré tan pronto acabe de cenar. Y no; ceo que no volveré a casa, salvo, a lo mejor, ...
    ... para cenar. Sólo a eso, cenar. Y ni sé por cuánto tiempo Puede que de hoy no pase; que, desde que me marche esta noche, no vuelva más por casa. Esa, ya no es mi casa… Ana lo entendió, pues le conocía bien y sabía cómo se sentía entonces, su estado de ánimo; no compartía su criterio sobre la situación: Para él, se había rendido a su hijo, aceptando lo que Yago le exigió: “Ríndete a mí”. Y se sentía mal, cobarde por no defender lo que era tan suyo, su mujer. Y sin luchar, sin resistirse. Ella no lo veía así; para ella, se trataba de un acuerdo, sin vencedor ni vencido Y esperaba que, algún día, también él viera así las cosas – ¿Cómo nos veremos, entonces? – Por aquí; por la playa… – Vendré a ti cada noche, cuando él se duerma. A hacerte dichoso; muy, muy dichoso. Como nunca, Juan; como nunca te haya hecho. Te lo prometo; te lo juro, mi amor… – Te esperaré por aquí, a lo largo de la playa Ana se acercó de nuevo a él y otra vez le besó; un beso tierno, lleno de amor; de todo el amor que le profesaba. Y se marchó para casa. Lo hizo corriendo; corriendo y llorando; llorando a lágrima viva, sin consuelo, sacudiendo todo el cuerpo al sollozar. Se le partía el alma viéndole sufrir a él, pero qué iba a hacer ella. No había otra; o eso, o que se mataran entre sí. Se decía que, seguramente, con el tiempo, eso se iría suavizando. Que él acabaría aceptando aquello de mejor grado, dejando de sufrir, compensado por ella cuando cada día volviera a él Segundos antes de las ocho de la tarde-noche, ...
«12...121314...»