1. EN UN MUNDO SALVAJE


    Fecha: 13/09/2019, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... medio salvaje y su ley básica, matar antes de ser matado. Así, Yago creció ágil cual liebre, fuerte como un toro, musculoso, pero sin ápice de grasa, apuntando claramente a ser el verdadero tipazo de macho humano que ya para entonces casi era. Por estos idus, el joven comenzó a sacar un comportamiento la mar de curioso, pues empezó a aparecer por casa, al anochecer, con una serie de presentes para su madre, eso sí, sencillos, casi cándidos, que en principio fueron simples flores, de la selva tropical mayormente, aunque también de los bosques de las Tierras Altas, lirios, gardenias, violetas, dalias, que dejaba, casi subrepticiamente, en la mesa, junto al plato de Ana; luego, al avanzar del tiempo, fue incorporando guirnaldas, ramas de plantas tropicales con sus hojas y flores, en diferentes tamaños, desde largo collares que ella se colgaba al cuello hasta, digamos, pulseras que su madre lucía en muñecas y tobillos, realzando la monumental belleza de sus pies, sus piernas, hasta sus muslos cuando, casi desnuda, sólo con un más taparrabos que braga, se bañaba y nadaba en las aguas de la playa, pasando por redondas coronas con que su hijo se gustaba en coronarla; y aún más adelante, cuando su diecisiete aniversario estaba más que cumplido, olvidado, muñequitas talladas en madera, vestidas de hojas y flores, cosas todas estas que a su mami encantaban, haciéndola más que feliz tales atenciones de su hijo, que gustosa lucía en cabeza, cuello, muñecas y tobillos, y que, por cierto, ...
    ... a su padre, a Juan, le gustaba muchísimo que tal hiciera con su madre. Pero es que, internado y bien, en sus dieciocho años, inició lo que parecía una extravagancia hasta allá de grande. Ana siempre había sido muy cariñosa con su hijo, encantándole besarle y abrazarle, achucharle que se dice, casi de contino(4); mientras él fue crío, los cariñitos maternos le encantaban, pero al andar por los ocho-nueve años, dijo que ya no era un niño, declarándose rebelde a las maternas efusiones; mas, sorprendentemente, en esos sus bien cumplidos dieciocho “tacos de almanaque”, recuperó ese placer, no ya sólo por las efusivas muestras de maternal cariño, sino que él mismo gustaba de expresarle su propio cariño, “achuchando” a su mami con abrazos, caricias y besos que hacían las delicias de la mami, poniéndola en el maternal “Séptimo Cielo”, contenta de que su Yago, casi un hombre ya, le mostrara tanto cariño. En fin, que esos cambios en Yago la tenían más contenta que unas Pascuas Los meses pasaban y estas cosas fueron bien, hasta que empezaron a ir mal. Fue año y pico después, con Yago ya más en sus veinte que en sus diecinueve otoños; comenzó como algo difuso, una sensación indefinida que empezó a mal traer a Ana. Era como una intuición, tan propia en las mujeres, que la desasosegó al empezar a parecerle que las filiales efusiones no eran tan inocentes, sino que cierto matiz erótico, sensual, había en todo ello. No se lo podía creer, le parecía tan incongruente, tan fuera de toda razón, ...
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