1. Siempre me calentaron los viejos


    Fecha: 02/10/2019, Categorías: Incesto Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos

    Siempre me calentaron los viejos. Me pasa desde que me di cuenta de que soy gay. Ahora, a los dieciocho recién cumplidos, siento que estoy en condiciones de intentar algo para perder mi virginidad. Mi objetivo es don Benito, el flamante inquilino de la parte del fondo de la casa que alquilamos con mis padres.
    
    Debe tener unos setenta años. De baja estatura, calvo y con un cerrado acento gallego.
    
    Tengo fantasías sexuales con él y lo miro mucho, descaradamente, al cruzarnos y cuando él está arreglando los arbustos del último sector de la casa.
    
    Me tiene cada cada vez más excitado y empecé a usar un tono de voz mimoso para saludarlo, con la esperanza de seducirlo.
    
    Estamos solos en la casa unas tres horas, desde que yo vuelvo de la escuela donde curso el último año de la secundaria, alrededor de las cinco y media de la tarde, hasta las ocho y media de la noche, que es la hora en que papá y mamá regresan de trabajar.
    
    Sepan que soy un lindo chico -eso me dicen-, con un rostro de facciones delicadas, cabello castaño, con rulos, y un cuerpo delgadito con ciertas curvas que evocan lo femenino. Buena colita, lindas piernas de muslos largos y mórbidos, piel clara y tersa, sin vello alguno.
    
    En ese plan de seducir al viejo me compré cierta ropa apropiada: un minishort de jean azul que deja al descubierto la parte inferior de mis nalguitas, esos pliegues de los que nacen los muslos, una musculosa blanca y ojotas playeras blancas también.
    
    Volví apresuradamente de la ...
    ... compra, me puse la ropa y me planté ante el gran espejo que hay en el comedor.
    
    Lo que vi me dejó muy conforme y seguro de que tarde o temprano don Benito iba a ser mi primer hombre. De sólo imaginarlo me estremecí entero y apenas pude tranquilizarme fui a la cocina, vacié la caja de fórforos dejando los que había sobre la mesa y caminé hacia el fondo con el corazón latiéndome aceleradamente.
    
    El viejo estaba en la cocina. A través del mosquitero de la puerta lo vi sentado a la mesa, tomando algo, y lo llamé con una voz que me temblaba un poco, por los nervios.
    
    Al oírme se puso de pie, giró y al verme se me quedó mirando. De arriba abajo me miraba, una y otra vez, como asombrado, hasta que por fin abrió la puerta mientras yo me sentía cada vez más nervioso y caliente.
    
    -Ho… hola, don Benito… -lo saludé. –Pasa que… que me quedé sin fósforos, usted… ¿usted podría… prestarme algunos?... –dije y sentí tal calor en las mejillas que temí fueran a prenderse fuego.
    
    -Él ignoró el pedido y en cambio dijo: -¿Qué haces vestido así, niño? Nunca te vi con una ropa como ésta.
    
    Entonces decidí ir a fondo: -No le…¿no le gusta, don Benito?
    
    -Pasa. –me exigió con tono perentorio y le obedecí.
    
    Estábamos frente a frente, yo con la cabeza gacha y cada vez más nervioso y excitado.
    
    -¿Qué edad tienes, Jorgito? –me preguntó.
    
    -Dieciocho… -susurré.
    
    -¡Coño! –se asombró. –No te daba más de quince y por eso no te hacía caso. ¿O crees que no me daba cuenta de cómo me provocabas? Pero ...
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