1. Guam conection


    Fecha: 26/10/2019, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Elegos, Fuente: CuentoRelatos

    Cuando salió del lavabo solo llevaba una combinación negra de sujetador y tanguita. Pequeño, muy pequeño. Se quedó allí mirándome. Tan alta con su escultural cuerpo y su delgadez. Todo el conjunto solo servía para resaltar aún más, si cabe, sus curvas. Parecía intencionado viéndola allí apoyada en el marco de la puerta. Empezó a mordisquearse el dedo índice con sus blancos dientes. Sus ojos seguían sonriendo picaronamente. Sabíamos lo que iba a pasar y ella lo estaba saboreando de ante mano y me estaba haciendo sufrir un poco. Sus manos habían empezado a recorrer su cuerpo lentamente, como invitándome a ir a donde estaba ella. Pero yo la estaba esperando en la cama.
    
    A pesar de mi excitación no podía dejar de pensar en la suerte de acontecimientos que nos habían llevado a aquella habitación en una isla minúscula del Pacífico llamada Guam.
    
    Bien, todo empezó hace dos semanas. Aunque realmente empezó mucho antes. Soy español y me pagué mis estudios trabajando como camarero. La verdad es que empecé a estudiar tarde. Ángela, pues así se llama la mujer que está a punto de hacerme volar, es más joven que yo. Mucho más joven, unos 20 años. Ambos trabajábamos en el mismo salón de bodas, bautizos, divorcios, comuniones y entierros. Yo tenía 44 años en aquel entonces y eso hacía que la mirase como a una niña. Pero ella no era una niña. Era directa, impulsiva, cortante, seria, observadora, acechante. Lo que se dice literalmente una gata salvaje. Yo soy más pausado, más mental, ...
    ... reflexivo, y al menos lo suficientemente listo como para alejarme de ella cuando arruga la nariz.
    
    Cuando acabé mis estudios de Pedagogía un amigo antropólogo me ofreció trabajo en Guam. La universidad está bien, el sueldo es en dólares y las serpientes solo están en la selva. Acepté de inmediato. Los siguientes dos años fueron unas vacaciones constantes. Trabajaba 12 o 14 horas al día y además hacía deporte, fotografía, tomaba el sol. Perdí peso y sin darme cuenta me convertí en un casi cincuentón muy resultón y profesor de una prestigiosa universidad.
    
    Un día me llamó un amigo diciéndome que se casaba. No me apetecían las 17 horas de avión ni los dos días de yet lag. Pero un amigo es un amigo. El banquete lo hizo en mi antiguo restaurante. Allí estaban aún algunos de mis antiguos compañeros. Fue un reencuentro agradable.
    
    Sobre las tres de la mañana y con cuatro copas de más Ángela empezó a decirme que estaba a las puertas de los 30, que el novio la había dejado, que estaba harta del trabajo y también de la vida de mierda. Le di un abrazo. Claro que el alcohol es lo que es y me entró un ataque de risa fastidiando algo el momento. Cuando me separé tenía esa cara que dice: «corre y no mires atrás». Así que para compensar la invité a mi isla, todo pagado por una semana.
    
    — ¡Ya! Bien vale, no pasa nada, estás borracho.
    
    Creo que no me había creído nada en absoluto. Así que idiota de mí insistí. — Y el precio del billete lo miramos si eso a medias, no pasa nada.
    
    — ¿Y si ...
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