1. Servicio de habitaciones


    Fecha: 15/09/2017, Categorías: Humorísticos Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos

    ... Asciende hacia la ingle y la excitación hace palpitar su coño. Evita la polla y mete los dedos entre los rizos del pubis. Continúa subiendo y desliza la palma sobre los duros abdominales, juguetea con un dedo en el ombligo y sigue su ascendente camino hasta posar la mano sobre el pecho. Ancho, moldeado, siente como sube y baja al compás de la profunda respiración. Estimula alternamente los pezones hasta que comienzan a erguirse. Baja entonces la mano, acariciando de nuevo el transitado camino de piel con las yemas de los dedos, hasta regresar a la entrepierna. La coloca sobre el pene y siente con un estremecimiento la fina piel, casi aterciopelada. Sigue las formas sinuosas de las venas y el estriado relieve del glande, pero…
    
    El hombre se mueve de repente y el corazón de Almudena da un vuelco. ¡Si se despierta ahora…! Pero no, sólo respira profundamente y se recoloca para continuar durmiendo. Ella suspira y continúa acariciando, con cierta precaución, el blando músculo. Lo eleva y busca debajo los testículos. Dentro de la bolsa escrotal, rugosa y velluda, puede sentir ambas esferas deslizarse entre sus dedos. Relajadas, las imagina recién descargadas de su jugo durante el polvo nocturno.
    
    Agarra con la otra mano el fuste y, sin dejar de masajear los testículos, comienza a estimular el miembro. La inconsciencia del hombre no impide que las caricias de Almudena surtan efecto: poco a poco la polla se endurece, creciendo, engordando… A ella le encanta sentir en su mano ...
    ... cómo esa potencia se pone en marcha, cómo la sangre redobla sus latidos inundando los vasos capilares, saturando de energía aquella verga que cobra vida entre sus dedos.
    
    Su propia excitación da un empellón y no puede evitar que un leve gemido escape entre sus húmedos labios. Nota como el vello se le eriza a causa de la hipersensibilidad que se apodera de su piel, cubierta sólo, bajo la bata de trabajo, por el sujetador y la braga –es lo más cómodo, sobre todo en verano, cuando pese a la climatización del hotel acaba empapada de sudor tras limpiar las habitaciones de toda la planta–. Un cuerpo aún joven –cumplirá los treinta y cinco en septiembre–, estilizado y moldeado, aunque haya tenido que dejar de acudir al gimnasio: después de que la despidieran de la empresa de gestión medioambiental –a ella y al resto de la plantilla– a causa de la paralización de los contratos públicos –la sempiterna crisis, que no afectó a los directivos, bien cubiertos con contratos blindados– no le quedó más remedio que reducir gastos. En ocasiones regresa a casa al acabar este trabajo que consiguió –a Dios gracias– hace más de un año y mira su título universitario enmarcado en la pared como si fuera un objeto ajeno.
    
    Eleva su mano izquierda y, sin cesar de masturbar al hombre, la introduce por el escote de la bata y busca sus tetas. Por encima de la tela del sujetador se las acaricia, las estruja y pellizca los erizados pezones. Después la saca y desciende en busca de su pubis. Abre uno de los ...
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