UNA LINDA HISTORIA 6
Fecha: 05/01/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: memito, Fuente: SexoSinTabues
... ayudaría con ellos? ― Si, señora. ― Entonces, ¿por qué vienes a verme? ― Porque Eric no está en su casa. Lleva dos días sin aparecer. No contesta al móvil… me ha dejado tirado… ― Vale, comprendo. ― Él me habló de usted… que trabajaban juntos… ― ¿Te dijo eso? – su tono suena preocupado. Asiento nuevamente. Rasputín no me deja mirarla directamente. ― Si. Me dijo que podía confiar en usted… que entendía los problemas de los jóvenes. ― Cierto. Bien jugado. ― No puedo volver a casa. Tengo diecisiete años, soy menor, pero no… no quiero volver – no sé de donde saco el sollozo, pero es convincente. ― ¿Vas a contarme porque has huido de tu casa? Niego vehementemente con la cabeza. Noto los ojos de la mujer recorrer mi cuerpo, calibrándome. ¡Ahora! Mírala y no apartes los ojos. Sostén su mirada. Nuestros ojos conectan en cuanto los alzo, con una fuerza desconocida. He dejado de respirar, ella también. Es como si no existiera nada más a nuestro alrededor, solo sus ojos y los míos. Su labio inferior empieza a temblar, como si estuviera a punto de llorar, pero no aparece lágrima alguna. De repente, con un gran suspiro, retoma el ritmo de sus pulmones. Se atusa el pelo tras apartar la vista. Ya está. “Ya está ¿qué?” Está hechizada. Se dejará convencer de cuanto le digas o pidas, siempre que no lo hagas de forma brusca y directa. “¿Es broma?” No. Ese es uno de las cosas que debo enseñarte, clavar la mirada. Un impulso sugestivo que relaja las defensas de quien lo recibe, tanto éticas como ...
... morales. Conseguí mucho con esa técnica. Joder. Joder… ― Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? – pregunta la señora Paula. ― Tengo que encontrar a Eric… puede que usted sepa si tiene otra casa, o dónde viven sus padres… no puedo perder a Eric también… me lo prometió. ― Pobrecito. Estás desesperado, ¿verdad? – la señora se pone en pie y rodea el escritorio, cogiéndome de las manos. Yo asiento una vez más. Ahora puedo verla al completo. Por debajo del metro setenta. Viste blusón oscuro, de satén, y un pantalón blanco, algo ceñido, que pone de manifiesto que aún conserva una admirable figura. ― Parece que estás muy pillado con Eric. ¿Harías cualquier cosa por encontrarle? ― Si, señora, cualquier cosa. ― Ese cabroncete sabe escogerles, no hay duda – murmura ella y no sé a qué se refiere. – Ven, vamos a tratar esta cuestión con más calma, en mi habitación… Aprovecha la sugestión… cuanto más baje sus defensas, más colaborará. Tíos, es como tener tu propio manual de instrucciones personalizado. Para ella, yo soy un dulce que robar, una oportunidad de caramelo. Me lleva a su dormitorio, donde destaca una amplia cama redonda, con sábanas de seda. La señora se cuida. Hace que me sienta en el borde y se coloca delante, desabotonándose la camisa y sonriendo. ― Veras, puedo contarte cosas de Eric, pero siempre hay un precio. ¿Comprendes? Debes complacerme. ¿Cómo te llamas, chico? ― Jesús, señora. Haré lo que usted quiera… ― Eso es. Has comprendido a la perfección – acaba mostrándome unos senos ...