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Eduardo llegò a mi vida cuando yo tenìa siete años. Segunda parte.
Fecha: 16/03/2020, Categorías: Gays Autor: sweet.ciro, Fuente: SexoSinTabues
Los días del verano de ese año fueron diferentes a toda la vida que conocía. Mi amigo fue cambiando la manera en que yo vivía. Ahora lo veía casi a diario por mi casa. Me esperaba en compañía de otros muchachos del barrio, unos más grandes que yo, pero más chicos que él, bajo la sombra de los gruesos árboles de la avenida, casi frente a mi casa. Tenía siempre un refresco frío para mí, así cuando bajaba del bus escolar, me recibía con el regalo en la mano y su sonrisa. A los demás muchachos no se les hacía extraño ni había suspicacias, pues Eduardo era así con todos. Pero sí se había corrido un debil rumor de que algo había entre él y mi mamá. Después de todo, resultaba lógico imaginar que podría darse algo entre ellos. Edy! gritaban los rapaces, ya llegó tu hijo! y se reían a carcajadas. Eduardo gustaba de la broma y les seguía la corriente. Decía: Vámonos a la casa, hijo, para que te quites el uniforme y comas. Además tienes que hacer la tarea. Y todos hacían una bulla generosa y gentil. No tenían la más mínima idea de que detrás de las palabras había un ingenio secreto, morboso y dulce. El bus me dejaba en casa cerca de la 1:30 de la tarde y yo estaba muy hecho a la idea de que estaría solo hasta las seis o siete que llegaba mi mamá del trabajo. Me dejaba lista la comida en generosa porción en la barra de la cocina, tan solo para que yo la calentara. Así que lo primero era deshacerse del uniforme, preparar la mesa, comer… despues descansar viendo la tv y luego a hacer los ...
... deberes. Eduardo cambió ligeramente esa rutina. Como dije, me esperaba y me acompañaba a la casa, para que no comas solo, decía en voz alta frente a los demás muchachos, y se metía conmigo a la casa. Para cuando yo bajaba del autobús, el corazón ya me daba de golpes dentro del pecho y sentía caliente todo el cuerpo. Temblaba un poco y hasta se me doblaban las piernas al bajar los peldaños. Come bien, me decía el chofer, para que recuperes las fuerzas… estás bien debilucho. Pero en mi cabeza preveía el cuerpo desnudo de Eduardo, me sudaban las manos de ansiedad por tocarlo, de besar ese gran pedazo de su carne, y su manantial blanco y tibio en mí. Sentía su mirada en todo mi cuerpo, en mi nuca, en mi espalda, desde cualquier punto. Y cuando por fin llegaba, era verdad, ahí estaba él, esperando y mirándome con esos ojos que ahora decían más que antes, esa mirada que me hacía felíz y temer al mismo tiempo. En cuanto cerraba la puerta, el mundo dejaba de existir. Con el pretexto de conservar fresca la casa, corría las cortinas y encendía el cooler (un enfriador de ambiente que funciona con agua, paja y una turbina). Yo esperaba que terminara de hacer esa maniobra y en cuanto volteaba hacia mí, me quedaba quieto, como muerto de miedo y con unas ganas insoportables de ir al baño de tanto nervio. Y gusto. Y deseo de estar manejado por él, como un muñequito. El venía a mí. Se hincaba y me pasaba las manos por las piernas, hacia mis nalgas, las acariciaba mientras me daba suaves besos ...