1. Ahh, lujuria! (III: 4. final previsible)


    Fecha: 30/09/2017, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... Alberto, por favor, comenzó a rezar mamá. No pude y, en silencio, me acerqué, me arrodillé al borde de la cama, abracé con ternura los hombros de mamá y acerqué mi cara a la de ella. Disfruta, mamá, le susurré cuando nuestras miradas se cruzaron; por el rabillo del ojo ví que Tali se levantaba, lo ví tomarse el miembro y acercarlo y deslizarlo una y otra vez por sobre los glúteos de mamá, de a momentos en las lunas, de a momentos siguiendo el curso del canal que las separa y que también las une.
    
    Hubo un movimiento brusco de Alberto y má levantó aún más su cola: el capullo estimuló la entrada de la vagina y luego, lo subió y estimuló en el otro lugar, en la otra entrada. Aún arrodillada como estaba me desplacé, puse mis manos una a cada lado y abrí la cola de mamá. Escuchaba sus rezos cada vez más fuertes. La cereza de Tali apenas se apoyó en la puertilla y allí quedó. Hazlo de una vez, le rogué, con desesperación; no hija, no, jadeaba mamá con ¿ resignación ?. Hazlo mamá, hazlo que es hermoso, mamá, rogué. Tengo miedo (dijo mamá). Vos solita, Diana, vos solita vení a mí (dijo Tali). Me va a doler (dijo mamá). Haz lo que él te dice, mamá, hazlo ya. Hasta donde puedas, hasta donde quieras, vamos, vení (gritó Alberto).
    
    Alberto presionaba sin entrar, sin forzar; una de sus manos envolvía a mamá por debajo manteniendo la presión y el estímulo, seguramente pulsando en el botón; sabía perfectamente lo que hacía y cómo tenía que hacerlo ya que, efectivamente, mamá se movió ...
    ... hacia atrás; al principio apenas medio milímetro, luego un poco más y un poco más y un poco más, probando, experimentando; un siglo tardó el glande en conocer la entrada de ese recto y de pronto, sorpresivamente y con vehemencia, mamá empujó venciéndose a sí misma y a su propio esfínter y Tali también empujó cruzando la valla y - en un instante que he grabado para siempre en mi retina - mamá envolvió íntegra con sus pliegues más prohibidos la vara de mi amante.
    
    Como impulsada por un resorte me dejé caer hacia atrás, sentada en el suelo alfombrado del dormitorio, la espalda apoyada a la pared, mis piernas obscenamente abiertas y, con desesperación, me masturbé; no sé cuántos orgasmos más tuvo mamá, no sé si fue un único orgasmo que duró todo el tiempo que Alberto se tomó para sí o si fueron diez mil una tras otro. No sé tampoco cuántos me tomé yo; cerré todas mis compuertas excepto una, escuché sin escuchar ni retener frases y palabras que sólo pueden decirse en el sin control, y concentré todos mis sentidos en la única compuerta de mí que había decidido mantener abierta: mi concha. Alberto escardó y escardó lo que quiso y cuanto quiso hasta que, con un bufido gutural se desplomó sobre las espaldas de mamá y allí quedó, resoplando, largo rato.
    
    Abrí mis ojos, miré entre mis piernas y ví la alfombra, manchada, bebiéndose mis fluídos. Los cerré nuevamente y descansé; los volví a abrir cuando, bastante después en tiempo, escuché a mamá: no me podrías haber perdonado por hoy ?. ...