Bajo el embrujo de sus ojos
Fecha: 03/06/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: Escriba, Fuente: CuentoRelatos
Algunos días te acuestas sintiéndote un cerdo, maldiciéndote por no tener la voluntad suficiente para poner fin a esta historia que te consume desde hace ya algún tiempo. Otras veces, sin embargo, te resulta imposible conciliar el sueño porque te asaltan los recuerdos de cada instante de vuestro último encuentro.
Siempre fuiste el sobrino favorito de Elvira, eso nunca fue un secreto para nadie. Pero a medida que creciste, sus muestras de cariño empezaron a tener un significado diferente para ti, que a fin de cuentas ya empezabas a ser un hombre. Cuando te daba un beso en los labios ya no te mostrabas indiferente, sino que atrapabas el dulce momento en tu memoria, intentando capturar el sabor que ocultaba su boca, acariciando el recuerdo durante los días siguientes. Cuando te abrazaba, el calor de su piel amenazaba con derretir la tuya, y la sensación de sus pechos apretados contra tu cuerpo era tan maravillosa que tenías ganas de gritar de pura alegría. Y cuando colocaba sus pies en tu regazo y te pedía que le dieras un masaje, lo hacías con cuanta pericia podías, disfrutando del contacto de su piel y esperando inútilmente que los dirigiera hacia tu entrepierna. ¿Y qué decir de cuando dormías con ella? Aún te dejaba acostarte con ella en su cama, abrazados como cuando eras un crío, y aunque no te atrevías a mover ni una ceja, tu mente desplegaba todo tipo de sensuales escenarios que te hacían amanecer con la entrepierna húmeda.
¿Pero de verdad nunca te diste cuenta de ...
... que tu tía Elvira te prestaba aquellas atenciones principalmente cuando no había nadie más presente? ¿Realmente pensabas que ella no se había dado cuenta de que ya eras un hombre, que no imaginaba cómo reaccionaría tu cuerpo a sus abrazos y besos?
No, no me respondas. Ya sé que siempre tuvisteis mucha confianza y que tú, al estudiar en aquel colegio de curas, tampoco es que tuvieras muchas oportunidades de familiarizarte con los complejos juegos femeninos. De hecho, ¿no eras tú el que le pedías a tu tía que no le hablase a tus padres sobre las conversaciones que teníais?
Un día le hablaste de lo que sentías al mirar y tocar a “algunas niñas”, de cómo la sangre parecía hervirte y el cuerpo acostumbraba responder con voluntad propia, negándose a obedecerte. Intentaste esconder el hecho de que en tu grupo de amigos solo erais chicos, pues te avergonzaba que descubriera cómo te sentías a su lado, aunque sinceramente dudo que no fuera consciente de la verdad, pues tú siempre le hablabas de tus amigos, nunca de chicas. En cualquier caso, tu tía Elvira te habló en el tono sincero y confidente que siempre adoptaba cuando teníais conversaciones a solas, y te explicó cómo y por qué se masturbaban los hombres. Tú ya tenías algunas nociones al respecto, pero la perniciosa influencia de los curas te había llenado la cabeza de ideas ridículas que la explicación de tu tía disipó. O quizá no las disipase, pero tras escuchar cómo te animaba a explorar los placeres de tu masculinidad, tus ...