1. Anita de tus deseos (capitulo 14)


    Fecha: 11/06/2020, Categorías: Hetero Autor: cleversex, Fuente: CuentoRelatos

    ... pezones. El peso tiraba terriblemente de ellos hacia debajo. No se que me dolía más, si los dientes de las pinzas o el peso de los plomos. Después, vi cómo cogía una fusta, se situaba detrás, e intenté prepararme para el golpe que sin lugar a dudas iba a recibir. Me afectó a las dos nalgas a la vez y el dolor fue tremendo, pero distinto a que me causaba el látigo de colas. Siguió golpeándome mientras lloraba, chillaba, e intentaba incorporarme, algo que era imposible. Ese forcejeo, hacía que las bolas de plomo de los pezones se bambolearan con violencia de un lado a otro. Entonces, mientras seguía recibiendo fustazos, sentí algo en el interior de la vagina. Una vibración que fue aumentando lentamente, hasta llevarme inexorablemente, a un orgasmo. Papá no paró. Indiferente a mis gemidos y chillidos, siguió con la fusta y con la vibración, pero empezó a golpear más abajo, casi donde se unen a la parte alta del muslo. Los golpes abarcaban las dos nalgas y la vagina, y el dolor era tremendo. Aun así, llegue a otro orgasmo, momento que aprovecho papá para cogerme con los dedos el clítoris y empezar a retorcerlo, mientras mis jugos le mojaban la mano.
    
    Quedé casi inerte sobre el potro, y papá desconectó lo que tuviera metido en la vagina y me dejó descansar un poco. Mi respiración se fue tranquilizando, pero estaba empapada de sudor y me causaba escozor en las marcas de los fustazos.
    
    Cuándo descansé unos minutos, metió la polla a través del aro y me echó otra vez alcohol en ...
    ... la espalda. ¡Joder! Cómo rabié mientras notaba cómo la polla llegaba al fondo de la garganta empujándome la campanilla y provocándome arcadas y asfixia, y los pezones volvían a dolerme por el peso de los balanceantes bolas de plomo.
    
    No se corrió y cuándo se cansó, soltó mis muñecas y me incorporó. Al hacerlo, el dolor de las marcas de los fustazos aumentó y el de los pezones ni os cuento.
    
    Soltó las tobilleras y me llevó a la cruz de San Andrés con las pesas colgando de los pezones. Me sujetó manos y tobillos a los brazos de la cruz y procedió a quitarme en aro de la boca.
    
    —Gracias papá, gracias, —articulé con dificultad por el dolor de la mandíbula. Me acarició la mejilla con la mano mientras yo totalmente entregada intentaba besársela. Puso la mano en mi vagina y solté un gemido de dolor al tiempo que juntaba sus labios y los míos y su lengua penetraba en mí. Al rato, se separó, cogió un cinturón de cuero y me lo paso por la cintura y la parte estrecha de la cruz, inmovilizándole el tronco.
    
    Con terror vi cómo de uno de los cajones sacaba una bolsa de terciopelo y de su interior extraía un látigo largo de cuero negro. Hizo restallar varias veces el látigo, que hizo un chasquido fuerte, potente y aterrador. Empecé a llorar, pero en ningún momento pensé en decirle que no lo hiciera.
    
    Siguió restallando el látigo y a cada chasquido me aterrorizaba más. Cuándo vi que se ponía a algo más de dos metros delante, y tuve la certeza de que me iba a azotar con él, aparté la ...