El corto adiós
Fecha: 14/09/2020,
Categorías:
Confesiones
Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos
“Demasiados tequilas anoche”, pensé al llegar al despacho, acariciándome la sien como si ello pudiera aliviar mágicamente la jaqueca. Me senté en mi vieja y chirriante silla, delante del escritorio saturado de papeles, trastos y polvo, jurándome que aquella era la última ocasión en que acudía al hipódromo. ¿Cuánto había perdido? Abrí el cajón y saqué la botella de mi medicina contra las resacas: Jack Daniel’s. El líquido quemó mi garganta como ácido, pero calmó los temblores de las manos, provocándome unas inmensas ganas de fumar. Mientras buscaba la cajetilla y el mechero entre el caos que dominaba el archivador, me planteé a qué dedicar la mañana. Si a continuar husmeando en el caso del “Azor Corso” o meterme en el baño con alguna revista a cascármela. El sonido de la puerta del despacho al abrirse me sacó de dudas, planteándome una tercera e inesperada opción.
Apareció entre las volutas de humo de mi primera calada: alta, rubia, soberbia, enfundada en un caro traje sastre compuesto por falda, blusa y chaqueta que se le adherían al cuerpo como una segunda piel. Me pareció que su figura encajaba en mi despacho como la Venus de Milo en un estercolero, pero decidí obviar la señal de alarma que sonó en algún lugar de mi cabeza. Ignorándome, lanzó una indulgente mirada al cochambroso mobiliario, al desgastado papel de indeterminado color que cubría las paredes y a la sucia cristalera antes de dignarse a dirigirme la palabra. “Debería haberme afeitado esta mañana”, me ...
... dije.
–¿Nick Burton? –Presté tanto interés al sensual movimiento del rojo corazón que formaban sus labios que apenas reconocí mi nombre.
–Eso pone en la puerta.
Ella obvió mi ingenioso sentido del humor –tampoco pude reprochárselo–, lanzó una mirada de desagrado a la silla vacía, limpió el polvo con un pañuelo insultantemente blanco y se sentó. Su cruce de piernas, sugiriendo unos muslos de perfecto diseño, casi logró que mi mandíbula se estrellara contra el suelo. Iba a ser difícil concentrarme en la conversación con toda mi sangre fluyendo lejos del cerebro, hacia mi segunda cabeza.
–Me llamo Vera McMillan. Me han hablado de usted.
–Lo negaré todo si no es en presencia de mi abogado.
–Alguien me le ha recomendado.
–Deme su nombre. Haré que le detengan –esta vez casi logré una insinuación de sonrisa–.
–Verá… sospecho que mi marido me engaña.
–No soy capaz de imaginar a semejante majadero.
–En fin –encajó condescendiente mi burdo piropo–, quisiera contratarle para que lo investigara.
–Nena –aquí hinché pecho–, yo soy su hombre.
–Hay algo más… En este momento no dispongo de dinero en efectivo y me pregunto si habría otra forma de… compensarle por sus servicios.
Algo dentro de mi cabeza hizo ¡bum!, lanzando mi resaca a través de la ventana. “¡No puede ser! –Me dije– Estas cosas sólo pasan en las películas y, desde luego, no a mí”, cuando aquel monumento se levantó, rodeó el escritorio, se apoyó en mis piernas y me metió la lengua hasta la ...