1. La invitada inesperada


    Fecha: 20/11/2020, Categorías: Incesto Autor: Cavrioto, Fuente: CuentoRelatos

    ... semejante visión que la razón de mi mente y me acerqué, pidiéndole permiso para acomodarme; indiferente, me dejó. ¡Qué podía hacer, amigo! Toqué sus pies, los mimé y los chupé; en cuestión de segundos ya me andaba masturbando con ellos. Como siempre, Helena emprendió el viaje que deleitaba su impúdica lengua y llenó de besos la verga que imploraba con sus caricias. De este modo –ya bajo los efectos del placer- le indiqué que se montara en mí y empezó a gozar. La entrada fue brusca y, por consiguiente, dolorosa: iniciaron los gemidos. Cambiamos de posición y los gritos se hicieron más fuertes. Al poco rato de concluir, y mientras yo reposaba gustoso en el sofá, cavilando sobre los aromas del cuerpo femenino, tocaron a la puerta. Helena fue a abrir. De golpe, la vecina gritó:
    
    “-¿Es que no entienden, jóvenes? ¡Hay familias, por dios! Parece que no entendieron mis palabras.
    
    “-Señora yo… discúlpeme, no volverá a ocurrir, es que…
    
    “-¡Pero nada! –Gritó la vieja-. Ahora mismo iré con doña Estela y verán cómo ahora sí los echa a la calle, sinvergüenzas.
    
    -De este modo, hermano mío, y como me atrasé en los pagos de la renta, heme aquí, mojado por la fuerte lluvia y desahuciado por culpa de mis bajas pasiones… ¿Qué hacer? –Susurró mi amigo, frunciendo el entrecejo y llevándose los índices a las sienes. Yo lo miraba con cierta lástima.
    
    -Y… ¿ella, dónde está? –Pregunté, después de una larga pausa.
    
    -¡Puedes pasar!
    
    Cuando mi amigo gritó, una figurita hermosísima atravesó ...
    ... el umbral de mi aposento. La mujercita –la dichosa Helena- parecía un ángel recién caído del cielo, es decir, era una verdadera joya de virginidad. Helena se inclinó un poco a modo de saludo; toda ella venía mojada, tiritando por el mal tiempo, dándole el aspecto de una musa desgraciada. Tomé la toalla del corredor y se la cubrí en sus hombros al tiempo que le ofrecí una silla. No habló, naturalmente, por la pena que la embargaba.
    
    -Si vuelvo a casa –pronunció mi amigo-, mi madre me llenará de improperios y mi dignidad se habrá deshecho como polvorón; y como adeudo dos materias... ¿Qué hacer…qué haré? Todo el dinero se fue en pagar la renta y en los malditos libros de la carrera.
    
    Miré a la muchacha y ella, agazapando su rostro tras sus largos y húmedos cabellos, meditaba sin mover un sólo miembro. Le miré las zapatillas y éstas se encontraban marchitas y carcomidas por las desgracias de mi pobre amigo. Yo tampoco gozo de una fortuna enorme, pues apenas puedo mandar mis bocetos para ganar un dinero y así sostener la carrera, pero, en su lugar, y bajo los goces que esta muchacha me daría, seguro y a primera hora le compraría varios pares de zapatos que ampararan sus pies y sobretodo su dignidad como persona. Advertí la zozobra que reinaba en mi habitación, entonces me levanté y miré por la ventana que daba a la avenida principal; vi pasar los típicos coches destartalados y las penosas personas que divagaban por la callejuela. Tomé de mi librero un estuche, lo abrí, saqué ...