¡Una calentura madre!
Fecha: 25/01/2021,
Categorías:
Confesiones
Autor: pompita, Fuente: CuentoRelatos
Había llegado yo a mis 18 años teniendo a mi hermosísima madre con sólo 36 y una figura deslumbrantemente sensual, habiendo enviudado ella hacía ya diez años, y desde entonces, nunca más otro marido ni siquiera pareja en casa ni en otra parte.
La fortuna que había dejado papá era sobradamente suficiente como para que mi madre, sabiamente austera en el manejo del dinero y muy inteligente para saber también reproducirlo, había hecho de nuestro solitario y cómodo vivir juntos los dos, una costumbre de disfrutar en compañía complementándonos armoniosamente en sobrellevar la luctuosa pérdida que habíamos sufrido ambos.
Fui creciendo en mi pasaje desde mi niñez a mi adolescencia, en la permanente compañía hogareña de mi hermosa madre, siempre sensual y coqueta, y todo mi ser, iba siendo como una brasa ardorosamente creciente en la admiración cada vez más excitante, hacia la avasallante persona femenina de mi deslumbrante madre.
Yo, creciendo en mi desarrollo, no advertía que mi juvenil figura, iba desarrollando también ese embeleso, que suelen tener muchos de los jóvenes de mi género, y poco inteligente o listo para advertirlo, no notaba que mi madre... también había puesto con demasiada atención en mí, sus miradas ávidas, sabiendo seguramente, además, tener la cautela y el disimulo para hacerlo, que yo al hacerlo con ella… no tenía.
Pero tanta ingenuidad no podía caber en mí, y sí o sí... comencé a darme cuenta de lo que pasaba, o ella... ya no podía más simular ...
... tanto.
Nuestras relaciones, armoniosas siempre en una maravillosa afinidad, donde nos desbordábamos en manifestaciones de cariñoso amor filial, iban... "in-crescendo" en una continua cadena de delicias donde no podíamos ser más buenos, uno con el otro.
Aquello... parecía miel pura. Era... ¡como demasiado!
Las miradas comenzaban a detenerse en sonrisas que delataban "ese algo más", y ni ella ni yo, nos animábamos a lanzarnos a esa, como invisible hoguera, que estaba sí ardiendo en nosotros, pero que no dejábamos que se viera así con la evidencia que ella ya tenía.
Poco a poco, íbamos dando pequeños pasos, cada vez, más osados... algún toquecito al pasar, alguna caricia, sus maravillosas miradas con esas pícaras muequitas, donde sabía astutamente entremezclar lo tiernamente maternal con lo pícaramente femenino y sensual, y yo... ardiendo cada vez más, en ese fuego en el cual me iba ella como cochando despacito...
A mares me masturbaba, ahora por ella, en cada una de mis volcánicas noches hasta revolcándome en la cama, mientras ella lo mismo hacía en la suya y los dos éramos, como un desperdicio de amor que ya, no tenía sentido así serlo.
Una tarde, calurosa y húmeda tarde de primavera, volvía mamá de unas compras, que le habían insumido largo tiempo de caminatas, como a ella tanto siempre le gustaron, y estando yo mirando la tele, cuando ya la tarde estaba por darle paso a la noche, entra mamá con un suspiro de placer y agitación a la vez, llegando exhausta, y ...