En el cine
Fecha: 12/02/2021,
Categorías:
Confesiones
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Todo ocurrió hace unos catorce o quince meses. Hacía un par de semanas que había terminado mi larga e intensa relación con Juan, y creía que jamás sería capaz de volver a tocar a otro hombre, de volver a dejar que otro hombre me tocara a mi, creía que aquello era insuperable y que ni tan siquiera merecía la pena intentarlo.
Ya que todas mis amigas estaban trabajando o de vacaciones, decidí ir yo sola al cine. Era uno de esos calurosísimos días de agosto en Madrid, y la ropa que llevaba estaba totalmente acorde con aquel calor tan extremo, que golpeaba con tanta fuerza y que hacía que hasta la camisa blanca anudada en la tripa, a la altura del ombligo, la minifalda de raso negra, con diminutas flores rojas y blancas, y las sandalias blancas me sobraran; traspasándolas como si el propio calor quisiera atravesarla y besar con sus labios todo mi cuerpo.
Al dejar de recibir el placer que Juan me daba una y otra vez a lo largo de los dos años de nuestra relación, hacía que buscara en el exterior objetos o momentos que desarrollaran en mi sensaciones placenteras, tales como el sol que me acariciaba con sus rayos calurosos cuando me tumbaba completamente desnuda en el jardín de mi casa; la lluvia que sin avisar arreciaba y me mojaba toda la ropa y me caía por la cara, fría; la hierba palpando mi cuerpo cuando iba a las piscinas y me escondía en un rincón detrás de unos arbustos que solo yo conocía y del que nunca le había hablado a Juan, nunca sabré porqué,...
Por eso, ...
... aquel día tan caluroso hacía que, de algún modo yo me sintiera algo excitada, al sentir al calor atravesar mi ropa y entrar en todo mi cuerpo. Me metí en un cine de la Gran Vía, para tratar de que ese día, que se auguraba tan largo como el resto sin Juan, resultara algo más breve, aunque la película que allí ofrecían no era un ejemplo de entretenimiento: "El padre de la novia". "Cualquier cosa vale" pensé. Le pedí la fila 12, butaca 3; es decir, a unas cinco filas del final de la sala, y mas bien cerca de la pared, normalmente era allí donde Juan y yo nos sentábamos debido a que era más intimo; aunque aquel día la pedí por que me apetecía llorar en soledad.
Pero, cuando fui a ocupar mi lugar, me di cuenta de que otro hombre, probablemente también buscando la tranquilidad de las últimas filas había solicitado el asiento contiguo al mío. Al principio pensé cambiar de lugar, ya que apenas había quince o veinte personas en la sala, pero al ver la sonrisa de aquel hombre no pude evitar sentarme en mi lugar, dejando a la vista el ticket para que viera que no tenía ninguna extraña intención. Su sonrisa fue a la vez amable y asombrada. Esa amabilidad me hizo sentir que él tampoco tenía ninguna mala intención, pero aquella cara de asombro hizo que me sintiera atravesada por su mirada, que subía y baja de mis piernas a mi cara y de mi cara a mis piernas.
Pasaron unos quince minutos antes de que comenzara la película y no nos cruzamos ni tan siquiera una palabra. Era un silencio de ...