Ana 8, el sobrino obsesionado
Fecha: 11/05/2021,
Categorías:
Confesiones
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... entonces llegó tía Ana, y ya no que quise irme nunca más.
Es difícil, y hasta imposible describirla, transmitiendo lo que realmente sentí al verla, pero voy a intentar hacerlo: era una mujer impactante, resaltaba increíblemente en medio de las decenas de personas comunes que estábamos ahí. Llegó con un vestido azul que le llegaba un poco arriba de las rodillas, adornado con un cinturón negro, que rodeaba su delgada cintura. La tela de la falda se ceñía a sus caderas y nalgas, la espalda escotada daba la sensación de desnudez. Los zapatos negros, con tacones, hacían lucir sus lindas piernas. Era rubia, y de pelo ondulado, el cual llevaba recogido, cosa que resaltaba sus delicadas formas faciales: labios finos, nariz, orejas y ojos marrones, en perfecta armonía, todo pequeño y bien proporcionado. Más tarde me enteraría de que rondaba los treinta años, pero si hubiese tenido que adivinar, no le daba más de veinticinco. Su piel, blanca, sin imperfecciones, daba ganas de acariciar. Tenía la sonrisa fácil, y con cada gesto o movimiento que hacía, parecía estar seduciendo a quien la mirase.
No me sorprendió ver que todos se quedaron embobados mirándola, no sólo como quien observa algo hermoso, sino con esa cara de deseo furioso, que las personas sólo tienen cuando anhelan algo con fervor. Incluso las mujeres se obnubilaron, y se perdieron en sus miradas de admiración y envidia. Hasta me pareció notar que sus propios hermanos, y su padre, el anfitrión de la fiesta, revoleaban ...
... los ojos sobre ella, en un reconocimiento masculino.
No los culpaba. Si yo tuviese una hermana como esa, seguramente me volvería un degenerado.
La noche se había puesto mucho mejor de lo que imaginé. Después de comer, y brindar, don Pedro puso música, y nos pusimos a bailar. Papá me permitió tomar cerveza (tener dieciocho tenía algún beneficio), y estando bastante alegre, me animé a sacar a bailar a tía Ana. No fue tarea fácil, porque estaba muy solicitada. Con las copas encima, los hombres dejaban las inhibiciones de lado, y no perdían oportunidad de frotar su cuerpo con el de Ana cada vez que el ritmo lo permitía. Pude ver, cómo una de esas tías lejanas que recién conocía, se acercaba a su marido, después de haberlo visto bailar con Ana, y le susurraba algo al oído, con los dientes apretados y la cara colorada.
Cuando la vi libre, la saqué a bailar. Cuando ponía mis manos en su cintura, mientras ella se movía ágil en el patio que hacía de pista de baile, pude sentir la forma de su cuerpo. Cuando podía, apretaba mi pene en su cadera, y mi mano se movía en su cintura, hasta percibir el inicio de las nalgas. Ella no parecía notar nada raro, y en realidad no pasaba nada raro más allá de los roces obligados durante el baile, sólo que yo los aprovechaba y disfrutaba morbosamente.
En un momento tío Pedro paró la música.
- Ahora mi princesita nos va a regalar una hermosa función privada, - dijo, abrazándola. Entonces uno de sus hermanos le entregó el violín a Ana. ...