Tan ponedora como gallina culeca
Fecha: 14/01/2018,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: Arandi, Fuente: CuentoRelatos
... di teta y ya se durmió.
En aquel momento más de un pensamiento asaltó, eslabonadamente, la mente del joven:
«Tiene un bebe /...aún lo amamanta /...tiene leche».
Su atención se fijó en aquel par de senos prometedores y el jovencillo se avorazó sin impedimento de la dama. Felipe tomó la leche que le había dejado aquel bebé, a quien no tenía el gusto de conocer pero de quien agradecía su existencia.
—Así que tienes bebé —dijo Felipe entre sorbos.
—Sí —le respondió ella, viéndolo hacia abajo y con una sonrisa.
—¿Y... es hijo legítimo de Don Justo? —preguntó Felipe con cierta perversidad.
—Y a ti qué más te da —le respondió Doña Cristina.
—Bueno, sólo pregunto.
—No... digamos que otro hombre le hizo el favor —respondió ladina.
—O te lo hizo a ti —correspondió Felipe.
—De eso nada, Justo es quien quería un varón y él no lo había conseguido así que...
—Así que tú...
—Sí, le hice el favor de conseguírselo.
Ambos rieron.
—Bueno, tú ya te diste gusto, ¿y yo? Órale, encuérate completo para que nos mamemos nuestras “cosas”.
Fue así como Cristina dio pie para que ambos pasaran a formar un 69 perfecto.
El chico yacía en cama mientras la hembra, encima de él, le ofrecía la entrepierna a la vez que le comía el falo.
«¡Qué jugosa que está!», pensaba Felipe mientras se daba el gusto de su vida.
Él la lamía como a una fruta fresca mientras que ella le devoraba la verga con hábil maestría.
—Ya estás empezando a moquear —Cristina le ...
... dijo, volteando, aunque sin poder verlo cara a cara.
Minutos más tarde...
—¿Es cierto lo que dicen? —le preguntó él.
—¿Qué? —le dijo ella a su vez.
—Que eres tan ponedora como gallina culeca.
—Pues tú nomás juzga —le respondió Cristina manifestando convicción, al mismo tiempo que le situaba las nalgas sobre el regazo—. ¿Cómo vez? ¿Se nota que me gusta empollar huevos?
Era obvio que la mujer le encantaba ser totalmente desinhibida, y eso dejó hechizado al joven.
Ese par de hermosas mejillas, de suaves y delicadas tersuras, reposaban sobre él y Felipe lo disfrutaba. No la había siquiera penetrado y ya se sentía en el edén. Si aquella finca se llamabaRancho Alegre, en verdad no estaba errado tal nombre.
Cuando la mujer se puso en cuatro y luego se empinó de manera por demás “cachorra”, él ya estaba listo para penetrarla, pero...
—No me la metas aún... dame unos vergazos en las nalgas —ella demandó.
A una mujer así no podría Felipe negarse, pues le había llevado casi al clímax sin la necesidad del contacto de sus genitales.
—Sí —dijo él, y dispuso “manos en la maza”.
Fue entonces que el trozo de carne cilíndrica empezó a golpear, no menos que lascivamente, las firmes posaderas femeninas.
—¡Más fuerte...! ¡Sí! —gritaba ella, como si aquello verdaderamente la encendiera.
—¡Ouf! —exclamó él, haciendo su mejor esfuerzo para que su pedazo fuera lo suficientemente contundente para cachetear los tremendo glóbulos de carne.
Cada golpe arrancaba ...