1. Memorias de un solterón


    Fecha: 03/03/2018, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... dije que tenía que superar el bache, salir de ese estado de casi absoluta postración. Pero también ocurría que el pueblo ya no lo aguantaba; que la vida allí se me hacía insufrible, pues todo, todo en él, me la recordaba a cada momento, y yo lo que quería, lo que necesitaba, era todo lo contrario, olvidarla de una vez por todas
    
    Así que me marché del pueblo a Madrid, donde nadie conoce a nadie, donde todo el mundo cabe, es bienvenido, donde, enseguida, nadie es forastero. Así que, una mañana, a eso de las nueve-diez de la mañana, me presenté en la Capital de España, en la estación de Atocha, para ser más exactos. Un maletero de la estación me llevó a una pensión o casa de huéspedes, en la calle Atocha, casi esquina a la glorieta, junto a la estación. Un lugar un tanto cutre, con habitaciones que eran la mínima expresión de cuarto, una cama de 80cm. con su mesita de noche, a la que ni el bacín, u orinal, faltaba en su departamento más inferior y grande; una mesa, una silla y un escueto armario ropero de medio cuerpo, esto es, de 1,20 mt. de ancho… Eso sí, parecía limpia y, a los estables, los que vivíamos, viviríamos, allí, como yo, se les cambiaba sábanas una vez por semana
    
    Solucionada más menos satisfactoriamente la urgente premisa de encontrar domicilio, se imponía, con no menos urgencia, arreglar la otra gran necesidad, buscar trabajo, que del aire nadie vive, y los pocos “cuartos”(1) que llevaba para muchos días, desde luego, no darían. Aquí convendría señalar que, ...
    ... a mí, como suele decirse, me habían crecido los dientes tras la barra de un bar, y entre las mesas de un restaurante, pues mis padres, al casarse, abrieron un bar que en unos años, diez doce, era todo un señor bar-restaurante, con cierto renombre en la región, incluso. Y, a tal circunstancia, uníase la feliz coincidencia de que los alrededores de la Glorieta de Atocha, era, es, una zona muy, pero que muy hostelera, con diversidad de bares, cervecerías, bares-restaurante o restaurantes sin bar. Y tuve suerte, pues en el tercer, puede que cuarto local en que probé suerte, resultó que precisaban un camarero. Estuve trabajando, a prueba, toda la mañana, pero al día siguiente, a las seis de la mañana, entré a trabajar, hasta las tres de la tarde, ya en plantilla. Y allí seguí trabajando, unas semanas en turno de mañana, otras en turno de tarde, hasta que me jubilé, algo más de cuarenta años después.
    
    Pero, habitando en la pensión de la calle Atocha, sólo hasta catorce, quince años después, cuando a la dueña de la pensión, una señora con más años que Matusalén y viuda, por más señas, se le ocurrió “estirar la pata y arrugar el hocico”, aunque parece que no dijo lo de “adiós Perico”(2). Vamos, que se murió bien muerta; pero es que, a su muerte, sus herederos, sus hijos, mayormente, se les ocurrió que si cerraban la pensión y vendían la vivienda, más de doscientos metros cuadrados y mejor que bien situado, les reportaría, al instante, lo que en toda su vida la pensión les daría a ...
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