1. EN UN MUNDO SALVAJE (3)


    Fecha: 19/05/2018, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... medio día cuando despertaron; volvieron a besarse, acariciarse, la mar de melosos, él con ella, ella con él, que si no volvió la “mula al trigo”, esto es, a amarse como en la precedente entre madrugada y mañana, casi de milagro fue, pues, por finales la “famen” de lobo de ambos, acabó por imponerse al deseo de amarse. Comieron pues, de lo que por allí encontraron, la “cosecha” de cocos y dátiles que Juan logró trepando a las palmeras y los frutos y demás que cogieron del inmediato lindero de la jungla, yendo a comerlo todo al pie de aquél árbol, la palmera bajo la cual se amaran esa anterior madrugada y tantas, tantas otras antes; donde tantas otras veces, como aquella misma mañana, durmieran un en brazos del otro. Acabado el condumio, se entregaron ambos al amor, amándose como lo hicieran en la pasad madrugada, la pasada mañana, hasta que, ahítos ya los dos de amor, volvieron a pasear por la orilla de la playa, mojándose, a veces, los pies en el agua marina que allí rompía leve, casi amorosamente, cogiditos los dos de la mano, como tantas tardes pretéritas. Entonces Ana planteó a su amado marido lo que pensara antes de quedarse dormida esa mañana – Amor, escucha. Esta mañana, cuando acabamos por dormirnos, yo tardé en caer bastante más que tú, pues estuve pensando y pensando en qué haríamos desde hoy mismo, esta misma tarde. Y creo que, lo que debemos hacer, es volver a empezar, tú y yo solos, como cundo cuando aún no teníamos a nuestra Anita, pobrecilla ella, muerta tan ...
    ... pronto Nos iremos a las tierras altas, lejos de aquí, lejos de “Él”. Construiremos una cabaña para nosotros; no hace falta que sea grande, pues para los dos una sola habitación bastaría; dos como mucho… Y en eso quedaron, luego, cuando la tarde ya vencía, con los rayos solares rindiéndose ya al crepúsculo, al ocaso solar, juntos, muy juntos, con sus manos unidas, emprendieron el camino a casa. Iban tranquilos, serenos, pero dispuestos a incluso enfrentare ambos dos a su hijo, hombro a hombro, incluso con las armas por delante, si él se emperejilaba en buscarles las vueltas; buscárselas, de malos modos, a su padre. Llegaron a casa y comprobaron que, como esperaban, Yago aún no había regresado; ella, entonces, se fue directa a su habitación, la que siempre fuera de los dos, ella y su marido, a ponerse algo de ropa por encima, pues todavía estaba enteramente desnuda, pues así salió de casa la última vez que fue hembra para su hijo, como desde un principio venía haciendo. Luego, se sentaron, tan juntos como hasta allí llegaran, con sus manos entrelazadas Minutos después, quince, veinte, hasta puede que más, llegó él, Yago. Apenas pasó del dintel, pues al momento los vio a los dos, su padre y su madre; se paró en seco, con expresión sorprendida para, enseguida, esbozar una como sonrisa pero sin grandes alharacas de alegría mientras se dirigía hacia su padre, a pasos ni demasiado vivos ni, en absoluto, lentos; en fin, algo dentro de la más estricta normalidad, mientras decía – ...
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