1. Hora extra


    Fecha: 14/01/2022, Categorías: Sexo Oral Autor: doctor_morbo, Fuente: CuentoRelatos

    Mala noche para que a una la despidan, me dije mientras terminaba de acomodar las botellas sobre el estante. Al otro lado del pasillo en penumbras escuché la tos seca de González, el dueño del restaurant. El rectángulo amarillento que cortaba en dos el pasillo a oscuras parecía la entrada a una cueva llena de peligros. En realidad, la falta que podía haber cometido no se comparaban a los pequeños robos del cocinero o a las sustracciones de la cajera. Después de todo, ¿qué podía tener de malo utilizar mi trabajo como camarera para conseguir algo de dinero extra?
    
    No lo había hecho más que sola vez, con el viejo que viene todas las mañanas a tomarse su vermouth. Empezó con una sonrisita y un comentario inocente. Entablamos una breve charla y quedamos de acuerdo para vernos. Por supuesto, había quedado en claro que la cuestión era económica.
    
    Aunque a mis veintiún años no era ninguna cándida, en el pueblo de donde venía ciertos asuntos se manejaban de otra manera: si un empleo daba para generar algo extra, no había inconvenientes para hacerlo. Pero aquí, en mi primer trabajo en la Capital, las cosas parecían ser distintas. Me lo había dejado claro el señor González al día siguiente:
    
    –¡Mi local no es un puterío cualquiera! –me susurró para que el resto de los empleados no escuchasen, cosa que agradecí.
    
    Con ese viejo me había ganado cada centavo, se la tuve que chupar veinte minutos hasta que consiguió una erección aceptable. Y después, otros veinte bombeando entre mis ...
    ... piernas hasta eyacular. En el intervalo, su lengua se había ensañado con mi concha como un perro con su hueso.
    
    –¡Tatiana, a mi oficina!
    
    Un ramalazo me recorrió la espalda. No quería perder el trabajo, la perspectiva de estar desocupada nuevamente, aun cuando la paga dejara qué desear, no me seducía.
    
    –Voy, señor González.
    
    Repasé unas copas mientras lo escuchaba refunfuñar, su sillón chirrió y otra vez esa tos seca. Cinco minutos después, su voz se dejó oír imperiosa como un ladrido:
    
    –¡No tengo toda la noche, Tatiana!
    
    Tomé coraje, alisé la rejilla húmeda sobre el mostrador y me quité el delantal.
    
    Desde el otro lado del escritorio, me lanzaba miradas hoscas por encima de sus dedos entrelazados. Parecía viejo a pesar de tener cincuenta años.
    
    –Quiero saberlo todo, Tatiana. Todo.
    
    Le respondí que no comprendía a qué se estaba refiriendo.
    
    –Si hay algo que no soporto es que me traten de estúpido. ¡Cómo si no supiera que te cogiste a ese viejo de mierda! ¿Se la chupaste?
    
    Hice un gesto con la cabeza y el señor González sonrió.
    
    –¿Y se le paró?
    
    –S… sí… Pero le aseguro que no…
    
    –Que no va a volver a pasar. Ya conozco a las de tu tipo, no cambian más.
    
    –¿Las de mi tipo?
    
    –Putas, por si no fui claro.
    
    Se hizo un silencio que no hubiera podido cortarse con nada, salvo con otro acceso de esa desagradable tos seca.
    
    –Le faltaste el respeto a mi empresa. ¿Quién va a venir a almorzar a un lugar donde la camarera anda como una perra en celo por las ...
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