El regalo: Un antes y un después (Quinta Parte)
Fecha: 20/05/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos
... iluminó el habitáculo y allí los vi de perfil. Un instante me bastó, tan solo un breve momento.
El mismo hombre de la acera, y era por supuesto Silvia, quien le acompañaba. Hablaban. Sin embargo el, se inclinó hacia el lado de mi esposa, estiró su brazo hacia ella, acariciándola por detrás de su cuello y no quise mirar más. Pasé con pasos firmes por su lado, hasta cruzar la portería y entregar a la Señora Gertrudis a su nervioso perrito. ¡Sangraba mi mano! La anciana se asustó y ofreció curarme la herida. No me dolía, aquello era lo de menos. Me despedí amablemente y subí a mi piso. Tomé mi cerveza y un trapo de la cocina y en el envolví mi lacerada mano. Lástima que no pudiera yo, envolver con algo más adecuado, mi destrozado corazón.
Apagué la luz de la cocina y encendí todas las de la sala. Salí al balcón con un cigarrillo en mis manos. Lo encendí y aspiré con ganas. El auto con aquellos dos furtivos amantes continuaba estacionado pero con la puerta del acompañante abierta y medio cuerpo de mi esposa por fuera, despidiéndose tal vez, prometiéndole de pronto un nuevo mañana y deseándole, –como no– una feliz noche.
Ella cerró la portezuela de aquel negro automóvil, se giró y elevó su mirada hacia el lugar donde yo permanecía, aún en pie. Se dio cuenta de mi presencia, creo que alcance a notar en su rostro, el temor por haber sido desenmascarada. Sobra decir que lo hice con plena intención, de ser yo… ¡Descubierto!
Apresuró sus pasos hacia la entrada y yo, ...
... mandé muy lejos la colilla de aquel cigarrillo y me devolví hasta nuestra habitación. Tomé la manta que cubría nuestra cama y con ella sujetada de mi herida mano, la fui arrastrando por el piso junto a mis pesares; me dirigí hasta el incómodo sofá. Apagué las luces y dejé encima de la mesa de centro, la mitad de mi cerveza. Me arropé con ella y le di la espalda a mi nueva realidad. Sí, escuché claramente sus pasos apurados y el nerviosismo al tomar el manojo de llaves, acelerada para abrir la puerta. ¡Entró!
Sigilosa se descalzó e iluminada por la pantalla de su encendido teléfono, avanzó hasta la cocina, para dejar en el cuarto de ropas algo, un no sé qué, que supuse la confirmación de su pecado. Era algo que introdujo con afán en la máquina de lavar. Y se fue despacio, iluminada a medias, hasta el interior del piso. Dio vueltas de una alcoba a la otra, regresó buscándome y por supuesto… ¡Me encontró!
…
Permanecí arrodillada a su lado, en el medio de un borde la alfombra y un espacio desnudo y frío de aquel piso de madera laminada. Fueron tal vez cinco minutos en que lo observaba, mejor dicho, a su espalda cubierta por el cobertor de nuestra cama. Lo conocía tan bien, que entendí que no iba a dar su brazo a torcer. Era esa, una de las actitudes que más detestaba de Rodrigo. Su manía para no hablar en los momentos oportunos. Callarse sus pensamientos y no decir nada. ¡No explotar, por Dios!
Era una pésima habilidad suya, absorber todo como una esponja, los problemas ...