Esta vida tan hermosa
Fecha: 12/06/2018,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... antes que te vayas. Es bellísima, con un coño todavía apretadito, a pesar de lo corrompida que es. Sus nalgas, sus pechos, sus caderas, sus piernas, son simplemente perfectas. Pero lo que más me excita es ese lunar maravilloso que tiene cerca de la entrada de la vagina, donde termina el muslo izquierdo. Y ese tatuaje divino, la pequeña mariposa en la nalga que me solazo contemplando cuando me la ensarto por el culo poniéndola de rodillas...
Ahora me miraba fijo, sin apartar sus ojos de los míos, con la crueldad curvando sus labios en una mueca que quería ser una sonrisa. Me quedé paralogizado, sin que sus palabras lograran abrirse paso total en mi mente: ¡el lunar y ese tatuaje que, por broma, lo incorporamos a su nalga una vez que en Miami nos topamos con un grabador gitano, eran de Celia! Si yo no sabía en ese momento describir el cúmulo de sensaciones que me embargaron, Rafael me lo aclaró sin misericordia:
-¡Eh, eh, no, socio! -dijo alegremente deteniendo mi mano que se alargo para asirlo por el cuello- No hagas lo que no deseas, viejo. Quieres matarme, pero atiende mejor a ese palo duro que tienes en este momento entre las piernas. Se te paró, estúpido, incluso antes, cuando ya intuías el fin de mi historia y supusiste que la puta era tu mujer. El pene te palpita incontrolable, cornudo, pensando, imaginando a Celia cabalgando en mi verga y en las vergas de su larga lista de clientes. Estás condenado, viejo. Esa furcia corrompida te puso el pie en el cuello hace ...
... tiempo, en complicidad con tu pene que en este minuto te exige correr al baño a masturbarte. Escúchame, socio: esta noche y las que vienen te vas a tirar a Celia como nunca, descargando tu rabia junto con tu semen pensando en lo que le hice... y en lo que le haré puesto que vas a verme muy seguido, porque desde hace un mes soy el dueño de tu mujer.
Fue Rafael el que se levantó ahora alejándose mientras silbaba una alegre canción, dejándome, en efecto, sumido en el cúmulo de sensaciones que él describiera con demoledora certeza. No volví a la oficina esa tarde. Una vez más, como aquella noche cuando en la cabaña Celia me dio con las puertas en las narices para que la dejara fornicar tranquila con Miguel, deambulé por la ciudad acosado por pensamientos contradictorios con el denominador común de la voluptuosidad sexual que, tal como dijera mi detestable socio, me mantenía el pene en una erección palpitante que amenazaba con convertirse en un orgasmo convulsivo a causa del roce del pantalón. No me molestaba que Celia optara por la prostitución. Por el contrario, eso no sólo me excitaba enormemente, sino que era una consecuencia inevitable que yo veía venir desde hacia un tiempo, pensando incluso proponérselo para que diera de este modo rienda suelta a su sexualidad cada vez más apremiante. No era esa, sin embargo, la forma como yo lo había previsto; es decir, no como una callejera expuesta a peligros y también a ser descubierta por algún conocido. Tenía yo una vieja amiga que ...