Cerezas
Fecha: 02/04/2023,
Categorías:
Anal
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... único problema es que nos tendríamos que mudar al chalet de forma permanente y yo tendría que ir y volver a Madrid cada día. Como a mí me gustaba mucho el chalet y el sueldo de Charo seria muy bueno, así lo hicimos. Vendimos el piso en Madrid y nos mudamos por completo a la sierra. A las dos semanas, o así, de mudarnos, un viernes por la tarde, llamaron a la puerta; abrí yo y encontré una pareja de unos treinta años cada uno.
Buenas tardes, no queremos molestar, pero hemos comprado el chalet de al lado y queríamos saludar a los vecinos.
Si pasen, pasen.
Se presentaron, ella se llamaba Luisa y el Miguel Gonzalvo. Luisa era muy diferente de Charo, mas bien bajita, uno sesenta, entradita en carnes, morena de pelo negro azabache y tez oscura, grandes ojos oscuros, más gorda que delgada y con un culazo y unos pechos impresionantes. Jorge era casi de mi estatura, uno ochenta y siete, rubio, ojos claros y más bien delgado que grueso. Les invitamos a tomar unas cervezas, charlamos un rato, ellos mencionaron que la pista de tenis era muy agradable, les invitamos a jugar el sábado y ellos pusieron a nuestra disposición la piscina de su chalet. Los dos eran muy simpáticos, con buen humor y tanto a Charo como a mí nos cayeron muy bien.
Al día siguiente a las cuatro y media llegaron Luisa y Miguel para jugar al tenis. ¡Caray con Luisa! Vestía unos pantalones muy cortos y muy ajustados que marcaban y exhibían su túrgido trasero de la forma más provocadora. Los descubiertos ...
... muslos estaban bien desarrollados pero no eran ni gordos ni fofos, sino sólidos, lisos, bien torneados. La camiseta, ¡Dios mío la camiseta! Llevaba una camiseta sin mangas, con amplio escote que ofrecía, para el goce de ojos varoniles, la deliciosa visión de buena parte de sus exuberantes pechos. La camiseta debía ser al menos dos tallas más pequeñas de su tamaño; la consecuencia era que sus magníficos globos parecían que la iban a romper en cualquier momento ¡qué bárbaros los pechazos, como empujaban contra la tela! Me costo un buen esfuerzo apartar los ojos de aquel bombón de mujer, de aquella fuente de sexualidad y tratar de mantener un mínimo de conversación. Por fin empezamos a jugar al tenis. Afortunadamente, los Gonzalvo no jugaban mal. No nos costo gran esfuerzo ganarles, pero jugaban lo suficientemente bien como para hacer el partido entretenido y divertido. Lo más difícil, para mí fue tratar de separar los ojos de Luisa y mirar a la bola. Cuando Luisa corría, aquellas ubres magnificas bailaban, saltaban de arriba a abajo y yo estaba esperando (y deseando) que en cualquier momento saltaran de su prisión y quedaran al descubierto. Por desgracia no pasó, pero según jugamos un poco, nuestras camisetas se empaparon de sudor y cuando la camiseta de Luisa se empapó, aun se pegaba mas a sus pechos gloriosos. Si no hubiera llevado sujetador, hubiera sido lo mismo que si estuviera desnuda. ¡Qué fiesta para los ojos y que tormento para la imaginación!
Al acabar el partido ...