La sombra de los desconocidos
Fecha: 20/04/2023,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... hacía sin poder contenerme ante ese culo que parecía dispuesto a acoger con agrado, en contra de su dueña, no uno, sino cientos de azotes sin protesta alguna, acto seguido me disculpaba.
- Se me ha escapado
Según el humor del que estuviera ella ese día, a mi comentario le seguía una sonrisa o una mirada de reprobación.
Volvió a girarse, quedando ahora frente a Diego y dos escalones por encima de mí, con lo que sólo alcanzaba a verla de cintura hacia arriba. El top rojo burdeos con amplio escote en forma de V me pareció un botón más abierto de lo habitual en ella, y se advertían claramente las tiras del sujetador negro de encaje que apenas sostenía sus deliciosas tetas. Si su culo era un arma de destrucción masiva, amplio, suave, torneado, sus tetas eran la bomba H de la Tercera Guerra Mundial, la acumulación de todas las reservas mundiales de uranio enriquecido puestas al servicio del erotismo, capaces de matar a distancia, al menos al metro de distancia que yo me encontraba de ellas, y sin más protección que la que me ofrecía la interposición del cuerpo de Diego.
En ese momento los dos teníamos la mirada fija a modo de escáner de rayos X en el mismo punto. Él imaginaba y yo recordaba la forma y tamaño de sus tetas, una ligera pendiente que descendía suavemente hasta que de manera abrupta iniciaba un ascenso contrario a la ley de la gravedad, que coronaba en unas areolas claras de tamaño más que considerable de cuyo epicentro surgían dos pezones imponentes, ...
... grandes, gruesos, marrones, duros, que en momentos de excitación o sensibilidad extrema sobresalían tanto de las tetas que parecían no formar parte de ellas, como reclamando su parte de atención y reconocimiento correspondiente.
Una talla 90 es lo que en el ámbito tabernario masculino conocemos como unas buenas tetas, sin más, pero una talla 90 enmarcada en el cuerpo frágil y menudo de Ana le conferían la categoría de “unas tetas de la hostia”, “unas señoras tetazas” o “unas peras de campeonato”, según el punto de la geografía nacional en el que nos halláramos.
Aún así, no fueron sus tetas sublimes ni la visión morbosa de su sujetador lo que me dejó impactado. Sólo una veintena de centímetro más arriba su cara lucía una sonrisa aún más amplia que antes, y sus ojos desprendían chispas al mirar a Diego, como una bengala colocada en una tarta de cumpleaños. Luego su mirada descendió hasta encontrarse con la mía, y su sonrisa se tornó más franca, menos afectada pero a la vez más traviesa, en un gesto que yo sólo acerté a interpretar como un
- Esto es lo que querías, ¿no?
Acto seguido dio media vuelta y emprendió veloz el ascenso de los últimos escalones, no tanto para evitar otro posible azote de Diego como para mostrarnos el movimiento pendular, oscilante, hipnótico de su culo al acelerar el paso, dejándonos en una especie de trance del que sólo salí al escuchar, o eso me pareció a mí, el murmullo entre dientes de Diego
- ¡Qué cabrona! Ya verá cuando la pille
Ebrio, ...