1. Y mientras tanto mamá...


    Fecha: 23/06/2023, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Por aquel entonces tengo recuerdos muy vagos de lo que sucedía a mi alrededor. La vida era una rutina aburrida entre unas hijas que no me necesitaban y una televisión que me absorvía. También estaba mi marido, que con los años había terminado por convertirse en una sombra brumosa que a veces insistía en follarme, casi por rutina, como un trámite fisiológico más que le exigía el exceso de esperma. El vivía entre el fútbol y su senil obsesión por malcriar a nuestras hijas, y no había mucho espacio para mí. Ni yo lo necesitaba.
    
    Mis hijas se hacían mayores y yo me sentía vieja. La mayor, aunque intentaba ocultarlo, tenía los pechos llenos de morados y chupetones. Vaya salvaje que tenía de novio. O de amigo especial. O de lo que fuése. La pequeña, que siempre me pareció más indiferente a esas cosas (Pero fíate de las modositas) tenía cada pellizco en el culete que metía miedo. Y mi marido se paseaba por la casa con la sonrisa de un lobotomizado. Pero yo tenía la tele.
    
    Me había convertido en una bruja que pasaba los días en bata y con el pelo mal arreglado. Exactamente el tipo de persona en el que había esperado convertirme cuando mi marido y yo salíamos de acampada y nos pasabamos las noches en blanco mirándo las estrellas y hablándo sin parar.
    
    Pero estaba la tele.
    
    Y eso era lo que me quedaba. Otros cuarenta años así. Con la esperanza de que mi marido se volviése impotente rápido.
    
    Así que aquel iba a ser otro día, cuando llamaron a la puerta. Mis hijas estaban en ...
    ... clase y mi marido trabajándo. Me acerqué al a puerta y al otro lado solo ví a un chaval. Pero supuse que pertenecía a algún tipo de servicio de mensajería o algo parecido por el casco de moto que llevaba puesto.
    
    Cuando le abrí la puerta el tío empezó a mirarme las tetas. Me pareció ridículo porque con la bata no se me debía ver nada. Así que le pregunté que quería, y el tío, sin dejar de mirar, me empezó a hablar de no se qué. Me daba tanta rabía como me miraba, que dirigí la mirada al mismo sitio a ver si se daba cuenta. ¡Pero que horror! Totalmente acostumbrada a estar sóla todo el día, no me había dado cuenta de que la bata se me había abierto y no llevaba nada debajo. Pensaba que llevaba una camiseta o algo así, pero no, y llevaba uno de mis pechos al aire. Que verguenza. Y no sólo por lo evidente. Era el pecho enorme, flaccido y colgante de una mujer que ha dado de mamar a dos niñas. Os juro que casi me eché a llorar. Me tapé como pude y le dí la espalda entre sollozos. El chaval me puso la mano en el hombro y me sentí peor. A ver si encima se pensaba que era una oferta. Pero claro, ¿Quién iba a ofrecer unas tetas tan horribles? Comparadas con los pechos turgentes y firmes de la mayor, por muy llenos de mordiscos que estaban, sentía verguenza de mi propio cuerpo.
    
    El chaval me decía que no pasaba nada, y yo no podía dejar de llorar. Casí le agradecí que me hiciése entrar en casa, pero no entendí porque tiraba su mochila al suelo. ¡O sí lo entendí cuando me puso su ...
«12»