1. El regalo


    Fecha: 06/09/2023, Categorías: Lesbianas Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... con flores, que la señora que venía por la mañana a hacer algo de limpieza cuidaba durante todo el año. También se podía desayunar o cenar allí en una pequeña mesa y no faltaban unas tumbonas para tomar el sol. Había también varias sombrillas y un toldo que podía cubrir gran parte de la azotea. La vista era increíble desde allí arriba. Casi daba vértigo mirar hacia abajo, a la altura de la casa se sumaba la del pequeño acantilado a un extremo de la playa en cuya parte norte nos encontrábamos. A lo lejos se veía el pequeño pueblo repleto de casas de planta baja que se apiñaban en torno al puerto. Aparte de esto ni un solo rastro más de actividad humana. Ni casas, ni coches, ni campings, ni urbanizaciones a pie de playa ... solo más y más kilómetros de costa hasta donde la vista alcanzaba. La casa tenía un sótano, con (sorpresa) una piscina climatizada. Solía tener el agua a unos veinticinco grados para evitar problemas de condensación y aunque apenas tenía un par de metros de ancho si tenía unos doce de largo, casi la longitud de la vivienda. Con la iluminación del fondo azul de la piscina el sótano parecía más una habitación de lujo que otra cosa. No faltaba detalle, a un lado había un gran mueble bar repleto de bebidas, también una nevera, otro mueble con toallas y más tumbonas y una pequeña mesa. La madre de Leonor disfrutaba mucho con el agua. Por eso me extraño que estando rodeada la casa por unos muros de unos cuatro metros de altura y teniendo un enorme jardín de unas ...
    ... tres hectáreas no se hubiesen construido una piscina. Supongo que estando el mar al lado de casa no les habría parecido necesario. El jardín estaba repleto de árboles, por lo que no necesitaba grandes cuidados. Muchos de estos árboles habían sido traídos por su padre de sus viajes. En una zona más cercana a la casa si había un huerto de apenas cinco por cinco metros donde Lara cultivaba tomates. Se me olvida mencionar que la piscina ocupaba solo una parte del sótano, un tabique con una hilera de pequeñas ventanas opacas en su parte superior y una puerta de metal con un gran candado guardaba la única estancia de la casa a la que en principio no teníamos acceso.
    
    Tras casi seis horas de viaje con varias paradas para comer, repostar y consultar el mapa de carreteras, por fin Leo, que conducía, reconoció el lugar donde nos encontrábamos. No estábamos perdidas. Empezábamos a dudar de los lugares por dónde pasábamos, quizás el padre de Leo, con el que ella siempre había hecho el viaje, siguiese otra ruta, pero Leo dijo conocer ya aquella zona. Estábamos a media hora de casa. Por si acaso yo había llamado a Laura, la madre de Leo, mientras ella repostaba en la última parada que habíamos hecho. Queríamos tranquilizarla, por si se nos hacía tarde. La cobertura para los móviles era bastante desigual durante todo el viaje.
    
    Por fin vas a conocer a mi madre, me dijo Leo. Tenía razón. A las dos nos parecía increíble que nunca, en tantos años hubiésemos coincidido. Yo había hablado con ...
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