1. Hermanos de tierra caliente


    Fecha: 02/08/2018, Categorías: Primera Vez Autor: Arandi, Fuente: CuentoRelatos

    ... no tardes mucho porque otro se te puede adelantar —concluyó la muchacha y cerró la puerta.
    
    —Lo que tiene de hermosa lo tiene de vanidosa y soberbia. ¡Al carajo con ella! —se dijo así mismo Mateo y se fue.
    
    No obstante...
    
    —Oye, pero tú nunca me “dijistes” —le decía Silvano a su hermano todo extrañado.
    
    —Pues sí pero es que tú nunca te prestas pa´ platicar. Pero bueno pues, ¿cómo vez? ¿Mañana me acompañas a pedir su mano? —le dijo Mateo.
    
    Silvano había quedado estupefacto ante lo dicho por su hermano. Era como un balde de agua fría derramado de sopetón en la cabeza. Nunca habría imaginado a Mateo hablando de casorio, eso ya de por sí, pero... «¡Pero por qué carajos tenía que ser ella!», pensó Silvano con todo el dolor de su corazón.
    
    Habían pasado varios días desde que Renata le expusiera sus condiciones a Mateo y, pese a haberla ignorado, pasando el tiempo con sus variadas güilas, la verdad, Mateo no había podido sacársela de la cabeza. Era como si las otras mujeres no le satisficieran. Por más que cogía, la imagen y el deseo de desvirgar a aquella mujer tan físicamente perfecta lo abrumaban.
    
    Y eso que acudían a verle incluso desde otras rancherías:
    
    —Y bien Mateo, ¿qué te parece mi prima Gertrudis? Vino de San Nicolás exclusivamente para conocerte. Le platiqué lo buen semental que eres y pu´s aquí está —le dijo la morenaza Zenaida a Mateo, al mismo tiempo que le presentaba a su prima quien, tímida, aguardaba a su lado.
    
    En poco, ambas hembras ya ...
    ... estaban desnudas. Aunque para Zenaida le parecía de lo más natural andar en cueros frente a Mateo (era una hembra bien experimentada que no se cohibía), para Gertrudis le resultaba embarazoso.
    
    —Pues se ve muy bien tu prima. A ver, déjese allí y déjeme ver —dijo Mateo, dirigiéndose al último a Gertrudis.
    
    La tímida muchacha cubría con brazos y manos sus senos, a la vez que la tupida pelambrera de su panocha.
    
    —Si niña, deja de taparte el chango —dijo la ocurrente Zenaida.
    
    —Tome chango su banana —le dijo Mateo a Gertrudis, cuando ya le atravesaba la mata de vellos púbicos con su pescuezo de carne.
    
    —¡Ayyy...! —gritó la pobre muchacha—. ¡Está bien pinche grande! —evaluó la inexperta.
    
    —¡Eso sí que es plátano macho! —gritó la otra, quien veía cómo era ensartada la prima.
    
    Mientras la novicia era penetrada, la versada no se quedó fuera del juego y se apropió de las colgantes bolas del hombre por propia boca. Pese al constante movimiento, propio del mete y saque, no dejaba que se le escaparan.
    
    La vista cenital que tenía Mateo era totalmente carnal: mientras penetraba continuamente la vagina de una de las primas con su largo y firme miembro (lo que la hacía producir constantes gemidos agónicos de placer), podía ver cómo debajo de su falo la otra se tragaba sus huevos.
    
    De vez en cuando, Mateo sacaba por completo su vergazo sólo para que la boca de Zenaida se diera el gusto con él. Así, ella misma lo lubricaba, más que suficiente, para que continuara pistoneando a su ...
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