Quiero que vuelvan a cogerme así
Fecha: 19/08/2018,
Categorías:
No Consentido
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
En Argentina se han sucedido varios golpes de estado, pero sin dudas el último fue el más terrorífico y fatal. Entre 1976 y 1983 ocurrieron innumerables secuestros, desapariciones, algunos propiciados por las fuerzas armadas, y en menor medida, otros realizados por ciertas entidades privadas bajo la conmoción del miedo, la clandestinidad y la desesperanza. Aquí es donde entro yo en la historia.
Nací el 22 de enero de 1955, así que para cuando comenzó la dictadura bajo el nombre de Proceso de Reorganización Nacional, yo tenía 21. Era mayor de edad, y eso me gustaba. Nunca desobedecí ninguna orden porque no era mi estilo. Siempre fui modosita y tímida. Pero sabía de sobra lo que pasaba en el país, porque estudiaba economía en una universidad privada. Todas las semanas desaparecían chicos de años superiores con fuertes recursos y apellidos importantes, ya que había varios hijos de peces gordos. Pero la gente miraba para otro lado, y no daba crédito a los murmullos de los pasillos.
Yo no era de esas familias que tiraban manteca al techo, pero vivíamos con comodidades y mucha apariencia, gracias a mi padre. Creo que por eso vinieron a buscarme, ya que siempre me vestía con mi mejor ropa y perfumes para asistir a la facu, especialmente para buscar marido. En esos tiempos era así. Me avergüenzo con todas mis fuerzas por haber creído en esa pavada. Las mujeres éramos más bien adornos, figuras esculturales o muñequitas de porcelana de los hombres, y ellos se aprovechaban de ...
... nosotras. Sin embargo, muy pocas se atrevían a cambiarlo.
Era viernes por la tarde cuando un grupo de personas y yo nos disponíamos a tomar un café a la salida del cursado, en la confitería de siempre o en algún bolichito por ahí. Pero un ruido extraño me distrajo, y enseguida me fui quedando atrás del gentío, solo por curiosear. Entonces, alguien me colocó una capucha en la cabeza. Grité todo lo fuerte que me salió. Me ligué una patada en el estómago y quedé desmallada por el dolor. Por desgracia no pude verificar quienes eran los que minutos más tarde me subieron a un auto y murmuraron cosas inconexas para mi confusión. Pero sí sabía que nos dirigíamos hacia algún lugar y, sentía cómo me manoseaban. Ese día llevaba una falda a cuadros a la altura de las rodillas, medias finas, zapatitos negros de taco y una blusa blanca con bordados. Me sentía espléndida con mi cabello recogido en una colita, ligeramente maquillada y con mi mejor perfume.
Cuando el coche se detuvo sentí unas manos heladas entre mis piernas. Alguien bajó los vidrios del auto que chirriaba como un montón de chatarra vieja, y a lo lejos escuché correr agua. Deduje que estábamos cerca de un río o embalse. Cuando uno de ellos habló le reconocí la voz de inmediato. Era Ramiro, un chico que estudiaba la misma carrera que yo pero iba dos años más adelante. Era uno de los flacos a los que le tenía ganas, por lo que cada vez que lo veía le hacía ojitos, le sacaba la lengua o le miraba con imprudencia el bulto, cosa ...