La mujer del disidente (04). El registro
Fecha: 31/07/2017,
Categorías:
Microrelatos,
Autor: Senatore33, Fuente: CuentoRelatos
... marido y partirle algunos dientes -se ofreció el sargento Morcillo, un hombre grande y de aspecto rudo y áspero-.
Amalia estaba desesperada. Se fijó en los dos reos de la primera fila, acobardados pero expectantes.
-Permitidme por favor realizar trabajos en la prisión, como los que realizan ellos -pidió Amalia señalando a los presos-. Aplicadme eso como castigo.
-Los trabajos son un privilegio, no un castigo -explicó el teniente-. Hay que ganárselos.
-Quizás se puedan modificar algo esos trabajos para que se puedan considerar castigo -intercedió de nuevo el capitán-. ¿Qué le parece, teniente? ¿Podríamos dejarlo en sus manos?
-No sería un castigo tan ejemplar como el del meñique, pero algo se me podría ocurrir para compensarlo -asintió el teniente, pensativo-.
-Bien, pues así será -indicó el teniente-. Amalia, no opondrás resistencia y aceptarás todas y cada una de las instrucciones que los agentes de esta prisión te den, y en el momento en que incumplas una orden directa se aplicará a tu marido el castigo que ya sabes. A cambio de tu obediencia se te garantizará tu integridad. Nadie te agredirá ni física ni sexualmente. ¿Queda claro?
-Sí, señor -ratificó ella. La idea de mantener su integridad física y moral la tranquilizaba, aunque no sabía hasta qué grado esos hombres iban a cumplir con su palabra-.
-Bien, pues elige un dedo de tu maridito para el momento que incumplas -le apremió el capitán-.
-No incumpliré, señor -se apresuró a decir ...
... ella-.
-Pues en ese caso no será necesario cortar ningún dedo, pero tienes que elegir uno para si se diera la posibilidad -le pidió el capitán-.
-El meñique de la mano izquierda -eligió ella, tratando de minimizar el posible daño-.
-Así sea -acordó el capitán apuntando la elección en un papel-. En cualquier caso, tu marido no recibirá comida alguna durante dos días, es lo mínimo que puedo ordenar.
Amalia asintió en apenada conformidad y se puso en pie, dispuesta a continuar con su humillación. Había pasado mucha tensión y había sudado, con lo que su vestido se le había ceñido al cuerpo. En la parte de arriba se le había pegado a los pechos, marcándolos por completo, y haciéndolos el centro de atención de todo el auditorio. Amalia humildemente dio la vuelta y se dispuso a recoger la silla que había desplazado con una patada.
-Así no -le dijo el capitán-. La lanzaste con violencia, como una perra rabiosa. Arrodíllate y ve a buscarla a cuatro patas, como la perra que eres.
Amalia se arrodilló y comenzó a gatear hacia la silla del fondo de la plataforma. El que se le respetara su integridad sexual parecía indicar que no iba a ser violada en la prisión, pero no parecía significar que no la fueran a humillar en extremo. Ahora todo su culo se marcaba en el vestido con sus movimientos. A cada avanzadilla que daba se podía ver el elástico de sus bragas marcándose a ese lado del vestido. La humillación a la que la iban a someter iba a estar muy sexualizada. Cuando llegó a la ...