1. El señor Fairbanks y Belisaria


    Fecha: 19/09/2018, Categorías: Dominación / BDSM Autor: gineslinares, Fuente: RelatosEróticos

    ... ¡joder!
    
    Tenía aún un porte militar que asombraba que conservase en su estado. Don Felipe vestía esa mañana una camisa pulcramente planchada (por una servidora) y unos pantalones que escondían unas piernas encanijadas, como dos alfileres. Tenía un amplio pecho por donde brotaba junto al cuello de la camisa un vello rojizo, igual de soberbio. Sus hombros eran una masa de fibras de los que se enorgullecía constantemente (supongo que habría cambiado la largura de su pene por el diámetro de sus hombros, así son los hombres) y un cuello como un cilindro de metal, esculpido a base de ejercicios en su vida militar y de sobreesfuerzos en su deambular con la silla. Tenía la cara cincelada con aristas pronunciadas, sobretodo en la barbilla y en los pómulos. Completaba su rostro unos labios finos, casi superficiales y unos ojos azules de un fulgor helado que recordaba su anterior profesión. Un pelo rojo brillante y rizado completaba la estampa y desde que entró en la academia de caballería se le conoció como el “demonio colorao”. Me imaginaba porqué, pero lo iba a experimentar en mis propias carnes.
    
    -Buenos días, señorita Bela -. La verdad es que tenía un nombre… curioso, podría decir. Mi nombre era Belisaria, pero quería que me llamasen Bela.
    
    Le sonreí. Eso de “señorita” era una de las pocas cosas que me repateaban. ¿Por qué si pareces joven eres una señorita, y según la edad ya eres una señora? Como si la edad te agregase porte y responsabilidad. Jamás preguntaban si debían ...
    ... llamarte señora o señorita, se intuía por tus arrugas o lo miserables que tuvieses las tetas.
    
    Entré el pequeño cuartito donde me cambiaba. Yo era la criada de la casa, se podría decir. Cuatro horas diarias y mil doscientos al mes. Era un dinero que venía muy bien, sobre todo cuando se complementaba por la tarde con un trabajo, si se le puede llamar trabajo, de acompañante. Bueno, lo de acompañante lo digo yo, pero putilla de lujo, sería una definición más mundana. Por supuesto mantenía en secreto mi doble vida ante todos y sobre todo ante el señor Fairbanks y su madre.
    
    El pequeño cuartito era, como su nombre dice, pequeño. Dentro se guardaban los detergentes, lejías y demás productos de limpieza. Además había sitio para la lavadora y la secadora, incluso para dos pequeñas cuerdas que iban de una a otra pared y que servían de tendedero cuando llovía. También hay colgaba mi uniforme.
    
    Doña Clotilde había colgado un espejo de cuerpo entero detrás de la puerta. La primera norma de mi vestimenta era que debía estar impoluta. No solo limpia sino también perfectamente arreglada. Los nudos con una lazada simétrica centrados en mi cuerpo o en un lateral. Los botones abrochados hasta arriba, siempre brillantes, igual que los zapatos. Las medias sin una carrera, sin un doblez, sin una arruga. Sin tacha, en general.
    
    Cerré la puerta y me desvestí. Otra norma, que la madre del señor Fairbanks me dictó el primer día, era que en su casa la ropa debía estar siempre como nueva, tanto ...
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