1. El señor Fairbanks y Belisaria


    Fecha: 19/09/2018, Categorías: Dominación / BDSM Autor: gineslinares, Fuente: RelatosEróticos

    ... las suyas como la mía. Era una pérfida maniática, pero pagaban bien. Me dijo en voz baja, aunque Don Felipe estaba presente, ese primer día, que debía cambiarme de bragas y sostén en su casa. Siempre limpios. Nunca me había levantado la falda para comprobarlo (Dios la libre, aunque don Felipe se quedaba con las ganas, si lo sabré yo), pero subrayó que si tenía la más mínima sospecha de que no lo hacía así, ya sabía dónde estaba la puerta.
    
    Así que me quedé en cueros. Aquel día estaba cabreada con Mauricio, mi marido en Santo Domingo. Me insinuó que conocía mi doble vida, o que hacía cosas impropias (impropias de qué, pensaba yo) que no le contaba, algo que negué efusivamente y me enfadé con él molesta por sus estúpidas sospechas. Supongo que el falso cabreo me sobrepasó y se tornó real. El caso es que amaba a Mauricio y mi único motivo para emigrar y hacer esto y aquello lejos de casa, era reunir dinero para montar nuestro propio hotelito en la playa. Necesitábamos el dinero y no iba a permitir que una puñetera sospecha, que declaré infundada y carente de una confianza que recalqué debiera merecer, me amargase todo el esfuerzo invertido y me alejase de mi marido. Además, poco dinero me faltaba ya para dejar que mi sexo fuese vaso de varios comensales.
    
    Me fijé en el reflejo de mi cuerpo ante el espejo. La verdad es que trabajar de puta de lujo no es fácil, hay que tener un cuerpo curioso, y yo lo tenía. Por ahora, al menos. Para empezar era alta, casi metro ochenta, de ...
    ... largas y gruesas piernas que nacían de unas nalgas redondas y arrogantes. Arqueaba la espalda para hacer sobresalir mi vientre y dotar a mis pechos de una posición superior, regia, porque por el tamaño tendían ya hacia abajo, pero con buena caída, con pezones grandes pero demasiado sensibles a mi pesar. Una larga cabellera de mechones de color cobrizo se encargaba de enmarcar mi rostro, en el que destacaban mi frente amplia, unos ojos redondos a los que sacaba partido con innegable éxito con la ayuda de un lánguido parpadeo y unos labios que, sin ser voluptuosamente caribeños, me los mordía en un gesto que, me consta, me hacía parecer una chiquilla modosita pero ansiosa de guarrerías.
    
    Como todos los días, abrí mi bolso y saqué unas bragas blancas junto con un sostén también blanco (don Felipe había insinuado muchas veces que el color en las prendas interiores sólo servía para disimular la suciedad). Después me subí una falda también blanca y bien amplia que me llegaba a las rodillas y una blusa también blanca abotonada hasta arriba. Todo blanco. La única prenda que desentonaba (aparte de mi piel morena) eran mis medias oscuras y unos zapatos de charol planos. Nada de maquillajes ni cosméticos. “Limpio por fuera es estar limpio por dentro”, afirmaba el viejo.
    
    Antes de salir, agarré la cesta de mimbre donde colocaba la ropa sucia que iba recogiendo y salía del cuartito perfectamente uniformada.
    
    El señor Fairbanks me estaba esperando junto a la puerta y me asusté dando un ...
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