Violado por la casera
Fecha: 27/10/2023,
Categorías:
No Consentido
Autor: Damian Rex, Fuente: CuentoRelatos
Eran como las tres o cuatro de la tarde cuando recibí un mensaje de mi casera avisándome que más tarde pasaría por la renta y que por favor no olvidara nuestra última conversación.
Por supuesto no había olvidado nada de ese intercambio, que tenía poco de conversación y mucho de ultimátum. He de decir que por cuestiones personales no había podido pagar en tiempo y forma y que, al ya estar retrasado tres meses, había dejado de contestar las llamadas de la señora Rocío, por lo cual se había presentado en persona la semana pasada a decirme que si el pago no estaba listo el día de hoy me echaría a la calle.
No tenía el dinero. De hecho lo que había logrado juntar apenas sobrepasaba la mitad de lo que debía y, si lo entregaba todo, no tenía claro cómo iba a sobrevivir las siguientes semanas. En mi mente repasaba desordenadamente las cosas que le diría, variaciones francamente mediocres de líneas que ya le había dicho en ocasiones anteriores: que me comprometía, que por favor, que la próxima semana… En eso escuché tres impacientes golpes fuertes en la puerta.
Al abrir vi a la señora Rocío que venía acompañada de Julián, su asistente que más parecía guardaespaldas o de plano matón, que secretario.
Sin esperar a que la invitara a pasar, la señora Rocío entró con pasos prepotentes, sus tacones rojos resonando sobre el piso de mi departamento, o mejor dicho su departamento, cosa que ella no me dejaba de recordar, seguida de Julián, que en todo el rato no había dicho palabra ...
... ni modificado su expresión de cabeza Olmeca.
La señora Rocío era una mujer extrañamente intimidante para su corta estatura. Tenía unos cincuenta años y, según tengo entendido, era abogada, aunque su forma de vestir más bien la hacía parecer secretaria: una falda roja entallada que le llegaba a las rodillas, un saco rojo quizá demasiado apretado y una blusa blanca, coronada por un collar de perlas de fantasía. No era una mujer que yo hubiera considerado atractiva, pero debo decir que siempre me llamaron la atención sus enormes pechos, que fácilmente le llegaban al ombligo, y que más de una vez me sorprendió mirando. Su maquillaje era sencillo y algo corriente: un labial rojo casi anaranjado que contrastaba con su piel morena, pestañas pintadas e involuntariamente decoradas con alguno que otro grumo de rímel aquí y allá, todo ello enmarcado por su cabellera negra alaciada.
Procedí, una vez más, a explicar mi lamentable situación económica, a hacer promesas que no tenía manera de cumplir, pedir más segundas oportunidades, y fui interrumpido por un “A ver, ya cállate” de la señora Rocío.
—Ya me cantaste, me dijiste, me pediste y todo muchas veces antes, —dijo en tono impaciente —ya tuvimos una conversación la semana pasada y parece que, o no entendiste lo que se te dijo, o de plano me quieres ver la cara, abusando de mi buena voluntad.
—Señora Rocío, —intenté interceder, pero me interrumpió.
—Nada. No hay nada que me puedas decir para conseguir otro plazo más. Así ...