1. Sexo con una embarazada


    Fecha: 15/12/2023, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Omar89, Fuente: CuentoRelatos

    Tras dejar los estudios universitarios y para compatibilizarlo con las oposiciones para profesor, decidí apuntarme a alguno de los trabajos benéficos que ofrece mi parroquia. Así, al estar casi todos los trabajos de comedor ocupados, acabé en la ayuda a madres solteras. El padre Antonio daba mucha importancia a esta labor, ya que se trataban de mujeres que, pese a las adversidades que tiene hoy en día criar a un hijo sola, decidían ser valientes y traerlos a un mundo cada vez más deshumanizado.
    
    Mi tarea consistía en ayudar en lo posible a estas mujeres, normalmente entre 7 y 8 meses de embarazo: hacerles recados, ayudarles en casa, llevarles alimentos a las que no pudieran permitírselos comprar, etc. Y sin pretenderlo, viví una de mis mejores experiencias sexuales. En una de las primeras casas en las que estuve, había una chica inmigrante, de piel negra, ojos de color avellana, una larga y rizada melena negra, amplias caderas, una hermosa sonrisa… Poco tiempo después dejé de verla, pues dio a luz y tras nacer el bebé, otra persona de la asociación (una mujer mayor) se encargaba de cuidar a la madre y a su retoño. Me encantaba mirarla, pero nunca llegué a nada con ella.
    
    La segunda persona a la que atendí sería mi nueva aventura sexual: se llamaba Sandra, y era una antigua compañera de clase de mi hermana mayor. A sus 27 años aún conservaba la belleza que me atraía de adolescente: alta, con unos kilos bien repartidos, tetas grandes, buen trasero, piernas bonitas, ojos ...
    ... azules, una larga y lisa melena rubia… Su embarazo, de 8 meses, le daba un atractivo aún mayor, con su barriga como si estuviera a punto de explotar y sus grandes tetas habían aumentado de tamaño, lo que me hacía fantasear en aquellas primeras semanas en lo duras que estarían y cómo me gustaría mamarlas. Me invitó a pasar a su casa, mientras me decía “Tú eres el hermano de Cristina, ¿verdad?” “Sí, ¿qué tal estás, Sandra?”, le respondí. Le agradó que me acordara de su nombre y posteriormente se puso a preguntarme por mi hermana y cosas así. “¡Cómo has crecido! Recuerdo cuando eras un niño que jugaba en la piscina con su hermana”, me dijo. Ella, en cambio, estaba genial, siempre me han gustado las de su clase, las rubias un poco entradas en carnes de las cuales poder agarrarme.
    
    Las primeras semanas estuve limpiando su casa, haciéndole la compra y otros menesteres mientras ella se quedaba descansando en casa. Aquella experiencia como voluntario me servía para aprender a apreciar aún más la belleza de las mujeres embarazadas, y comprender el porqué de que el hombre primitivo las venerara como diosas de la fecundidad. Y en el caso de Sandra, que siempre había sido una bella chica, su atractivo se multiplicaba por mil. Me costaba no tener una erección al verla caminar por la casa con tan sólo un camisón blanco, pudiéndose adivinar el color de su ropa interior.
    
    Siempre había usado catálogos de ropa premamá para inspirar mis fantasías sexuales, o aquellas fotos que determinadas ...
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