Haciendo las paces con la ciudad
Fecha: 11/01/2024,
Categorías:
Transexuales
Autor: dlacarne, Fuente: RelatosEróticos
Siempre tuve miedo de volver.
Huí de mi ciudad en cuanto pude, culpándola de todo el mal que había sufrido, como si los lugares pudieran odiar. Pensaba que en una ciudad más grande podría ser quien realmente era; que cuantas más calles interminables, más posibilidades de hallar mi camino. Y, si creí que un lugar pequeño podía odiar, tonta fui de no darme cuenta que una ciudad más grande podía devorar.
No terminé siendo quién quería ser, sino una mezcla entre eso y lo que la gente esperaba que fuese; pero al menos ya tenía identidad con la que sentirme yo. Sin embargo, tras varios años, el ritmo y la exigencia de la gran ciudad se me hizo abrumador. Llegué a echar de menos algunas cosas del sitio que más odiaba del mundo: mi vieja cama calentita, los abrazos de mi madre, su ritmo pausado y no preocuparme por tener un plato de comida en la mesa. Así que terminé aceptando los ruegos de mi madre porque le hiciera una visita.
En todo este tiempo no había visto otra foto mía que no fuera la del perfil de WhatsApp. No tenía ni idea de a qué se había dedicado su hija este tiempo, ni los sitios oscuros que frecuentaba a diario. A parte de ella, muy pocas personas allí sabían que Jose ahora era Carla y que tenía las tetas más grandes que la mayoría de mujeres del lugar.
El rostro de mi madre no pudo ocultar la impresión de ver por primera vez a la hija que ella creyó un hijo. Pero su abrazo llevaba tanto amor para Jose como para Carla. Y yo le devolví todo el amor que no ...
... le había podido mostrar en años.
Traté que los vecinos no me vieran mucho durante el día, no quería dar explicaciones; traté de no contar demasiados detalles de mi vida a mi madre, no quería asustarla. Las primeras noches me comporté, fui una niña buena que se quedó con su madre viendo la tele. Pero mi animal interior rugía por dentro y, a la tercera noche, me aventuré a redescubrir la noche de esta ciudad como si fuera una desconocida. Visité varios garitos donde los tíos me comieron con la mirada; me dejé invitar y agasajar por tipejos que hubieran salido corriendo de saber que la maciza a la que estaban cortejando la tenía más grande que ellos, haciéndoles creer que tenían posibilidades, para luego escabullirme con excusas y rapidez a pesar de su insistencia. Otras veces dejaba que me llevaran de aquí para allá, conociendo así los antros más escondidos; y fue así como conocí el bar con el nombre más adecuado que podía imaginar: El Agujero.
Un camello de poca monta me llevó hasta allí, diciendo que era un lugar sin ley donde podríamos meternos unos tiros sin preocupaciones. Tras la primera visita al baño, me invitó a una cerveza. Pude ver como le hacía gestos con disimulo al camarero para que se la anotara, porque no tenía ni un duro encima. Del torpe aspirante a Pablo Escobar no me interesaba nada más que su droga y las cervezas que pudiera sacarme, sus batallitas y bravuconadas me daban exactamente igual. Pero fue el camarero al que se dirigió el primer hombre que ...