1. El reencuentro tórrido con Agica


    Fecha: 18/10/2018, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... alejaba.
    
    Los quieres.
    
    Más que a nadie. Más que a ti. Más que a Mateo.
    
    Son la expresión del amor por tu marido.
    
    Claro que no. Pareces tonto
    
    Soltó una carcajada y buscó su bolso en el asiento trasero. Extrajo un paquete de cigarrillos y se encendió uno. Iba a decirla que odiaba el olor del tabaco, que jamás la habría imaginado fumando. Pero, cuando me ofreció uno, tras descubrirme con la mirada fija en su cigarrillo encendido, lo cogí. Había dejado de fumar hacía varios años. De vez en cuando, cuando las situaciones me superaban, recaía. Esta parecía una de esas veces.
    
    He tenido dos crisis en mi matrimonio. La primera hace siete años, cuando descubrí que Mateo se tiraba a la vecina. Nueve meses más tarde nació José. La segunda, hace cinco años, cuando Mateo me confesó que era gay.
    
    Me costó reprimir una sonrisa. Sandra me miró de reojo y agitó la mano en el aire en señal de consentimiento.
    
    Al final resultó que era bisex. Qué sé yo el cacao mental que tendría. El caso es que se acostó con otro hombre. No sé lo que hicieron ni si le gustó. No quiero ni pensar que será la próxima que me suelte. A lo peor ya se está gestando. Me da miedo preguntarle cuando llega tarde del trabajo. No lo sé ni quiero saberlo. Solo sé que no quiero tener más hijos. Con dos ya he cumplido el cupo.
    
    Pero aún le quieres.
    
    No. Quiero a mis hijos. Y a él, algo le toca. De rebote. Porque es el padre. Porque ya son muchos años. Porque me aterra quedarme sola. Son muchas ...
    ... cosas.
    
    A veces el matrimonio se convierte en una cárcel.
    
    De la que te da miedo escapar —confirmó ella, intercalando una profunda calada—. Porque cuando te acostumbras, ya no sabes vivir fuera de ella.
    
    Y yo, ¿qué soy para ti, Sandra? ¿Qué pensabas que era yo al verme hoy? ¿La excusa para salir de ella?
    
    Sí —admitió sin dejar de mirar el tráfico—. En cierto modo. Hasta hace media hora te consideraba un asidero al que aferrarme y dejarme llevar. Adónde fuese. Cualquier destino era bueno.
    
    Y yo, de no haber estado prometido, habría mordido el anzuelo cual trucha ignorante.
    
    Aquello la molestó. Apartó la vista del exterior y me miró con desprecio. Se secó las lágrimas que aún quedaban con el dorso de la mano.
    
    Eres un imbécil.
    
    Terminamos los cigarrillos en silencio. Sandra miró el reloj digital del salpicadero.
    
    Todavía tienes tiempo de coger el avión.
    
    Sin esperar mi respuesta, se acomodó en su asiento, se quitó los pantis rasgados, se abotonó hasta arriba la blusa negra y se abrochó el cinturón de seguridad. Luego se retocó el cabello ahuecándoselo con los dedos. Yo la miraba con resignación. La resignación de tenerla tan cerca y, a la vez, tan lejos. Metí la mano en el bolsillo del pantalón tras colocármelos y abrocharme el cinturón. Jugueteé con la alianza entre mis dedos.
    
    Había quedado a cenar con Rachel en el restaurante de la esquina de la manzana donde vivía, en Berna. Esa noche. Más de 1000 kilómetros nos separaban. Seis horas faltaban. La quiero. La amo. ...
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