1. Mis odiosas hijastras (9)


    Fecha: 03/04/2024, Categorías: Hetero Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos

    ... de una vez te hizo falta unas buenas nalgadas. Pero nunca es tarde para corregirse.
    
    Liberé sus nalgas por un instante, solo para después azotar uno de sus glúteos con mi mano bien abierta. Fue una nalgada muy débil. No quería que Sami se despertara por los ruidos que estábamos haciendo. Pero la tentación era muy grande. Solté otra palmada sobre ese enorme orto, esta vez más fuerte. Ya era imposible sostener la farsa, pero Valu recibió las nalgadas, impertérrita. Pendeja de mierda, no se iba a hacer cargo de que lo que estaba pasando era el deseo de ambos. Eso me molestaba mucho.
    
    Sin embargo, no podía estar por mucho tiempo sin degustar el culazo de la hija de mi mujer. Era un culo que me había convertido en un idiota desde la primera vez que lo vi. Un culo prohibido, debido a la consanguineidad que la unía con mi pareja. Un culo que no podía dejar de seguir con la mirada, a pesar de que nunca fui de los tipos babosos que se dan vuelta a observar el trasero de cada mujer medianamente atractiva que pasa a su lado. Era un culo hipnótico. Un culo que succionaba despiadadamente cada prenda que la pendeja usaba. Un culo por el que muchos hombres perderían con gusto a sus familias, sus trabajos, y sus cabezas.
    
    Y ahí estaba yo, frotando cada vez con más vehemencia ese ano que parecía palpitar cuando yo pasaba mi lengua por él.
    
    Pero de repente me percaté de que estaba tan concentrado en su ojete, que parecía haberme olvidado de todo lo demás. Con cierto desasosiego, solté ...
    ... uno de los glúteos, y metí esa mano entre las piernas de Valentina. No tardé en encontrarme con su sexo. Extendí un dedo, y la penetré con él.
    
    Estaba completamente empapada.
    
    Tal descubrimiento me dejó tan estupefacto, que dejé de lado la placentera tarea de comerme el orto de mi hijastra.
    
    —Estás caliente ¿Eh? —dije, enterrando el dedo casi por completo.
    
    Y en ese momento, por primera vez desde que había entrado en su habitación, Valentina reaccionó ante mis estímulos de tal manera que no quedaban dudas de que no estaba dormida. Fue un gemido. Un débil gemido cuando la última falange de mi dedo se enterró hasta el fondo de ese agujero resbaladizo. El sonido fue música para mis oídos. Así que volví a enterrárselo una y otra vez. Valu largaba gemidos cada vez más potentes, y sentía en el colchón el leve movimiento que hacía su cuerpo cuando gozaba.
    
    Había llegado el momento. Simplemente me tenía que quitar la ropa. Pero yo me la iba a coger. Sentía que mi entrepierna palpitaba.
    
    Me bajé de la cama. En cuestión de segundos me despojé de todo lo que llevaba puesto debajo de la cintura. Mi verga estaba tan dura que por un momento me sentí como cuando tenía dieciocho años, con esas erecciones que no se bajaban con nada.
    
    Me metí a la cama de nuevo. La agarré de la cabellera y tironeé de ella. No lo hice con mucha violencia, pero sí la obligue a que su torso se levantara un poco. Me acerqué y, con cierto apremio de revancha, le susurré al oído.
    
    —Si querés que te ...