1. Memorias de África (IV)


    Fecha: 25/07/2024, Categorías: Grandes Relatos, Autor: Carmen Van Der Does, Fuente: CuentoRelatos

    Al día siguiente cuando me desperté, no podía moverme. Me dolía la espalda, me escocían las nalgas, tenía el sexo pringoso a pesar de las lavativas de las muchachas. Me quedé pensando en qué tipo de tortura me vería hoy. No quise salir de mi refugio, y a intervalos venían algunas mujeres a verme.
    
    Me traían comida, agua, y me hacían orinar apretándome el vientre como hizo la vieja aquella el primer día. Me vestían al amanecer y me desnudaban por la tarde. Creo que estuve dos días sin salir de mi refugio. Uno de los días, mientras Aifon y otras chicas me lavaban, apareció uno de los hombres. A éste no le conocía y se quedó en la puerta mirando. Era alto, musculoso, tenía un cuerpo muy bien definido, una cara redonda y una nariz chata. Por un momento se me pareció a ese Dios de ébano que todas las mujeres hemos imaginado en nuestros sueños eróticos. Llevaba el mismo tipo de taparrabos que el resto, y una especie de cuerda a modo de bandolera cruzándole el cuerpo. No dijo nada, simplemente se limitó a mirarme y a observarme mientras me lavaban.
    
    -¿Y a ti cómo te llamo hijo? Te llamaré Samsung. Eres grande, fuerte y joven, como los últimos modelos de ese fabricante de teléfonos -le dije mientras le miraba-. Joder María, todavía te quedan ganas de hacer chistes.
    
    Una tarde ya me cansé de estar recluida. Me puse los shorts y la camiseta y salí de la cabaña. Pude ver con la luz del día esa especie de plaza que hacía unas noches vi a la luz de una hoguera. La plaza donde me ...
    ... habían azotado y follado. La plaza donde me había corrido delante de un grupo de salvajes desconocidos con una desinhibición total. El bosque que nos rodeaba era frondoso, de un verde intenso. En un claro pude ver unas montañas, pero no reconocí el sitio. ¿Dónde demonios estaba?, ¿quiénes eran aquellos salvajes?, ¿qué querían de mí?, ¿me estarían buscando?... Hacía calor, un calor húmedo, pero que no era desagradable. Ninguno de la tribu me dijo nada, nadie me impidió moverme a mis anchas por el poblado. Me miraban pero no me prestaban atención. Cada uno a lo suyo, unos preparando la hoguera para la noche, los niños jugando, los jóvenes entre ellos hablando… A lo lejos reconocí a Aifon y al chico joven de la otra noche. Estaban desnudos y parecían venir de algún sitio de la selva. Traían hojas de plataneras y helechos. ”Cabrón, el otro día me follaste y hoy ni me miras” me dije.
    
    Si tengo que ser sincera, la visión de los cuerpos desnudos de Aifon, el muchacho que la acompañaba y de otros, me excitó. No me dio vergüenza ninguna. Miraba sus culos, el sexo de las chicas y las pollas de los chicos, sus cuerpos definidos y atléticos…
    
    Algunos me miraban y luego volvían a sus quehaceres. Caminando llegué hasta el borde de la aldea y empezaba la espesura de la selva. Nadie me siguió ni nadie me impidió que siguiera avanzando. No sé qué es peor, que te maltraten o que no te hagan ni caso y te ignoren. Volví a la choza y me tumbé en el camastro. Me despertaron al entrar y mi ...
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