1. El regalo


    Fecha: 16/10/2024, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... un hombro y otro alguien me deslizó el otro tirante. El primer alguien empezó a comerme una de mis tetas, a meterse el pezón ya erecto en su boca y mordisqueármelo mientras que a su vez, el otro alguien, el segundo, hacía lo propio con la otra de mis tetas.
    
    Me moría de gusto. Les empecé a acariciar, a ambos, a recorrer sus espaldas, sus brazos y hombros, a palpar sus muslos y a estremecerme con la dureza extrema de sus miembros. Perseguía con el oído el rumor de sus gemidos, aspiraba la fragancia de sus cuerpos y su olor a pura animalidad contenida, me ruborizaba en el escándalo de someter todo mi cuerpo a una pulsión sexual nunca antes conocida. Y es que, anulada la vista, sometida al escarnio de ser follada por dos o tres desconocidos, todo mi cuerpo luchaba por abrirse a una nueva realidad nunca antes imaginada. Mi boca, el aliento de mi ser íntimo, abrasaba el ambiente; mis pezones parecían tener vida propia y todo mi pecho latía bajo el signo del deseo. Sí, reconocí mientras tres lenguas me llenaban de placer y seis manos me acariciaban sin rubor: ciertamente X conocía mi mente y mis deseos mucho mejor que yo.
    
    Me quise arrodillar para seguir bebiendo de aquellos dos surtidores de leche que tanto ansiaba me llenasen pero no pude. Una mano me empujó para atrás y me dejé caer con todo mi cuerpo sobre la cama. Alguien que no era X me abrió de piernas y recorriendo mi cuerpo con la lengua fue descendiendo hasta llegar a mi sexo. Doblé las piernas, arqueé la espalda, me ...
    ... dejé inundar por una red de sensaciones que una lengua poseedora de una sabiduría ancestral me estaba provocando.
    
    Me metió un dedo y después otro y empezó a follarme con ellos al tiempo que sus dientes se apoderaron de mi clítoris y no tuve por menos que, gimiendo como poseída, correrme en su boca y darle a beber del néctar prohibido de mi sexo. Me creí vacía y, al mismo tiempo, plena. Deseaba quitarme el antifaz y ver esos rostros pero sabía que en el misterio que el propio antifaz creaba estaba parte del placer que estaba recibiendo.
    
    Aún sin reponerme del gran orgasmo que esa boca me había provocado, ese mismo hombre, u otro, se puso encima mío. Noté sus manos recorrer la suavidad de mis medias, recrearse en el tacto electrizante de mis piernas y lentamente ir separándomelas hasta que nuevamente mi coño, humeante y abierto a todavía una infinidad de placeres, aparecía glorioso. Sentí como se colocaba enfrente mío, como me agarraba por las caderas y como, ciñendo su cuerpo al mío, me penetró violentamente. Qué sensación esa la de ser penetrada por un extraño, que sensación esa de ser poseída por una nada evanescente. Sentía su fuerza, su vigor, la tensión de sus músculos vibrando encima, sentía la dureza ignota de su polla provocándome un placer extremo, su aliento y sus gemidos como pleonasmos de una liturgia en la que yo, mi cuerpo, estaba siendo glorificado. Me moría de gusto y a cada embestía creía explotar de placer.
    
    De repente alguien, uno de esos hombres, me ...