Arte, seducción y lujuria
Fecha: 13/12/2024,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Gargola, Fuente: CuentoRelatos
... borde de la bañera, me adentro en un duermevela que se ve interceptado por los acontecimientos anteriores y, pese al agua caliente, mis pezones se endurecen demandando atenciones. Paseo mis dedos por ellos y la piel se me eriza cual gallina desplumada. La sensación es agradable y de manera gradual se torna placentera hasta que los pellizco y los retuerzo buscando el placer. Mi mano resbala hasta mi sexo y éste aguarda con ansia. Lo aprieto un instante y cierro los ojos al tiempo que mi dedo patina por la raja recorriendo los pliegues hasta que lo hago acampar en el pequeño nódulo. Una vez allí lo froto y trazo movimientos en espiral. Mi respiración se agita, las pulsaciones se aceleran, los gemidos emanan de mi boca amortiguados, pues no deseo compartir este instante. Es mi momento y no quiero que haya interrupciones.
El placer va in crescendo, no obstante, me invade un vacío que dos de mis dedos colman, de tal manera que empiezo a follarme con ellos con insistencia mientras con el dedo índice de la otra mano fricciono mi clítoris con fervor. El orgasmo acude a mí, y como un tsunami, me arrastra en oleadas de placer en las que muevo la pelvis en convulsiones que consiguen desbordar el agua de la bañera.
Me quedo quieta un momento hasta que mis pulsaciones retornan a la normalidad. Después me seco, me pongo el pijama y me acuesto. Mi esposo ya duerme, apago la luz, me abrazo a él y la última imagen que deambula por mi cabeza es la de Javier.
Los días pasan y no ...
... consigo que se me vaya de la testa.
Mi vida es estable, lineal, ordenada y sin complicaciones importantes. En el terreno sentimental estoy en un buen momento y considero que la relación con mi marido es provechosa, quizás un poco rutinaria, como suele ser habitual tras veintitantos años de relación, pero asumo esa circunstancia como algo lógico, por tanto, nunca ha sido un hándicap como para que eso me haya llevado a buscar otro acicate que condimente ese letargo pasional.
Es sábado por la mañana. Son las nueve de la mañana. Mi marido ha salido a jugar su partida de pádel. Me dispongo a salir de compras. Mi hija me pide dinero para hacer las suyas. Saco la billetera del bolso y veo la tarjeta de Javier, con lo cual, mis pensamientos se dispersan y pierdo por un momento la noción del presente.
—Mamá, —me reprende mi hija.
—¿Qué? —contesto enajenada.
—¿El dinero? —me recuerda, y yo vuelvo al presente, le doy un billete de cincuenta, me da un beso y sale escopetada.
Me siento en la silla un momento y me quedo contemplando la tarjeta. No su diseño vanguardista, sino lo que representa, por qué me la ofreció, y lo más importante: por qué la cogí. Es una pregunta que no he dejado de hacerme estos días. En el fondo quiero dar ese paso sin saber a donde conduce esa senda que sugiere ser de lo más incierta. Sopeso la posibilidad de hacer esa llamada, pero el vértigo agarrota mi cuerpo.
Las dudas me persiguen como los ratones al “Flautista de Hamelin”. Tengo claro que ...