El ángel caído
Fecha: 01/11/2018,
Categorías:
Microrelatos,
Autor: Ícaro_libre, Fuente: CuentoRelatos
Siempre recorro países y ciudades. Lo hago sin mayor preocupación en realidad, solo por el gusto de hacerlo. He sido testigo de las desgracias, penurias, alegrías y vicisitudes humanas. Sí, a los humanos, los conozco muy bien. Durante los últimos 1000 años terrestres, he sobrevolado la historia entera de la humanidad.
¿Qué quién soy? Soy un ángel.
Soy un ser sobrenatural, inmaterial y espiritual. Un “espíritu de luz” me han llamado también.
Mi deber principal es asistir y servir a dios, aunque la verdad, él no me necesita mucho. También he sido destinado, en muchos casos a la protección de los seres humanos. Además, los ángeles somos considerados criaturas de gran pureza. Quizás, al confundir estas prioridades y olvidar ese decoro, es que me he metido en los problemas que les voy a contar.
Como ángel, pertenezco a la orden inferior en la jerarquía angelical, y soy de los más conocidos por los hombres, dado que me están encargados los asuntos humanos, y frecuentemente soy invocado para asistirlos en sus penurias.
Eso fue justamente, lo que hizo Mariana. Me llamó para socorrerla en un problema que básicamente, no merecía la más mínima atención de mí parte. No me pareció que querer un desayuno con jugo de naranjas al día siguiente, fuera algo tan importante. En realidad, Mariana es una mujer un tanto superficial, vive sola, sin mayores preocupaciones, más ocupada de seguir el estilo vanguardista de sus amigas, que de cualquier otra cosa trascendente de este ...
... mundo o de su entorno.
Ahora, esa desfachatez para enfrentar la vida, me resultaba graciosa. Tarde o temprano, pensé, se enfrentaría a la realidad, y probablemente, sí necesitaría mí ayuda.
Quizás por eso decidí visitarla una noche.
Como una brisa me desplacé por la ciudad, hasta atravesar los muros de su departamento, quedando en su presencia. Dormía profundamente, vestida solo con una polera blanca sin mangas. La luz de la luna que entraba por la ventana, iluminaba su piel bronceada, otorgándole un brillo platinado a sus muslos y pantorrillas. Su cabello, negro como el carbón, y ondulado como el mar, coqueteaba con su rostro, medio mostrando y medio ocultando sus facciones.
La belleza que tenía ante mí, había logrado algo que nunca había vivido. Un impulso interno, un calor que manaba desde mí bajo vientre, comenzó a pedir su salida. En ese momento, necesité hacerla mía. Para ella, no habría daño, ni huellas. Para ella, al despertar, todo habrá sido un sueño.
Como un soplido de verano recorrí su cuerpo sin tocarlo; como la niebla se acopla con el musgo, transité su figura, reconociendo cada uno de sus detalles. Su piel se erizó suavemente, sus pezones se erectaron con suavidad, su boca se entreabrió mientras lentamente retozaba sobre la cama, acusando un estado extático que comenzaba a dominarla.
La besé en el alma, mientras mis manos recorrían su cuerpo, sus pechos turgentes se movían al compás de su respiración agitada. Abrí sus piernas con delicadeza para ...