Clara. La musa
Fecha: 27/04/2025,
Categorías:
Lesbianas
Autor: LaFilaDeAtras, Fuente: CuentoRelatos
A sus escasos 21 años, uno de los principales problemas de Clara era su apetito. No precisamente el de comer; el “otro” apetito, ese que solo era capaz de saciar muy rara vez, quizá con algún novato incauto en el gimnasio, o con aquel argelino que casi la arrolla al salir del Mercadona, y que obligó a compensar con “un café con bollo”.
De complexión atlética, Clara estaba en la flor de la juventud. Pechos pequeños, una figura algo menuda que apenas levantaba un metro sesenta y cuatro del suelo, y una trasera que explicaba adónde había ido a parar el resto de material genético. Esto Clara lo sabía, como también sabía que, con su carita de ángel de melena azabache, pillaba desprevenido a más de un chico. Pero el tema no acaba solo en sementales, ni mucho menos: aunque su amiga Maialen (con quien habrá historia) se metía con ella diciéndole ninfómana, Clara le repetía que era de “gran apetito y paladar”. Vamos, que no se acostaba con las piedras porque no podía. Sus sueños húmedos viajaban desde la joven becaria de la librería del barrio hasta el panadero de la esquina, pasando por ese pibón maduro de melena pelirroja que salía a correr por el Ensanche los sábados. Con poco más que dos décadas de edad, Clara había experimentado en el sexo con todo lo que había podido.
La historia comienza un lunes 19 de marzo, nublado de par de mañana como suele ser habitual en Pamplona por esos meses. Clara iba tarde, el finde había tenido “jarana” con un chico que había conocido en un ...
... bar del Casco Viejo. La fiesta se les había ido de las manos, Clara apenas había dormido y se le había pasado la hora del despertador, impidiendo cualquier sucedáneo de desayuno o ducha siquiera. Con las prisas, la pobre Clara salía con unas mallas de yoga, un top ligero y una sudadera, bajando las escaleras de su casa de dos en dos, volando hacía la bicicleta que tenía aparcada enfrente del portal y saliendo cual cohete, rumbo al Segundo Ensanche, con 10 minutos en el reloj antes de que empezaran las clases.
Clara iba repasando mentalmente sitios de camino que abrieran antes de las 8 y donde pudiera comprar un café y un cruasán. Acabó decantándose por un bar nuevo en Carlos III, que no tenía mala pinta y que le quedaba casi enfrente de la Escuela. Como alma que lleva el diablo, dejó la bicicleta en una farola, le echó un candado rápido y se lanzó hacia la puerta de la panadería. La camarera que le recibió enfrente desde detrás de la barra hubiera dejado a Clara sin aliento, si lo hubiese tenido. La empleada, joven, de piel morena, de ojazos castaños como el pelo corto, y unos labios que convertirían a un vegano en carnívoro. Tras el mostrador del local se adivinaba un cuerpo joven, bien cuidado, más o menos metro sesenta y siete, de pechos apetecibles bajo la blusa sin mangas blanca. Clara dedujo procedencia en Brasil, quizá algo de Cuba o Puerto Rico, pero no pudo pensar más en cuanto la camarera le sonrió al entrar.
-¡Buenos días cariño! ¿Qué te pongo?- le saludó la ...