Masajes con final (para nada) feliz (parte 3)
Fecha: 05/05/2025,
Categorías:
Lesbianas
Autor: Martina Paz, Fuente: CuentoRelatos
(...) Sentí como esa hermosa pija estallaba adentro mío, descargando una gran cantidad de semen, en el mismo instante en el que un orgasmo triple me paralizaba el cuerpo. De mi culo, la pija pasó directamente a la boca de mi masajista. Caí nuevamente rendida sobre la cama, totalmente extasiada, dolorida y mareada. Sentí como una boca tibia se metía entre mis nalgas y succionaba el cálido líquido que empezaba a desbordar. Luego de unos instantes, sentí un sonido atronador que me obligó a llevarme las manos a mis oídos, mientras un cuerpo caliente y liviano se desplomaba sobre mí.
“Cállate y quédate quieta”, dijo Camila, con una voz áspera y firme que jamás pensé que podría salir de su boca. Abigail, con todo el peso de su cuerpo sobre mí, comenzó a convulsionar. Cayó hacia un costado y pude ver un agujero en su cabeza, del cual emanaba un rio de sangre, tiñendo su rubia cabellera de rojo. Segundos después, se quedó quieta, con sus grandes ojos desorbitados. Totalmente desorientada, giré lentamente mi cabeza hacia el costado derecho de la habitación, en donde se encontraba un gran espejo. La imagen que allí vi me pareció algo totalmente surrealista: Camila desnuda, de pie frente a la cama, con ese hermoso pelo totalmente alborotado y una media sonrisa encantadora, con una gran pistola entre las manos, apuntando hacia mí. “Si te movés, perdés. ¿Me entendiste, bebé?”.
No dije nada, pero, obviamente, estaba muy lejos de entender esa delirante situación. Por un momento ...
... intenté auto convencerme de que, después de tremenda sesión de placer, había perdido el conocimiento y que lo que estaba sucediendo no era más que una escena de mi inconsciente totalmente perturbado. Pero el dolor en mi cuerpo se sentía demasiado real, como así también la imagen del cadáver de Abigail a mi lado. Intenté que mi respiración se calmase, para así bajar el ritmo de los latidos de mi corazón. Necesitaba estar lo más serena posible para entender lo que ocurría y volver la situación a mi favor.
Camila se acercó a la mesa de luz y tomó los celulares que ahí reposaban, para arrojarlos por la puerta de la habitación. Rogué que el golpe no haya sido tan duro. “Podes sentarte, si querés”, me dijo. Lo hice, cruzando mis piernas frente a mi cuerpo y tapándome con la almohada. “¿Ahora te tapas, boluda?”, preguntó en tono de burla. Arrojé la almohada lo más lejos que pude, la miré desafiante y le pregunté ¿qué querés? A lo que simplemente respondió: “venganza”. Y salió de la habitación, cerrando la puerta de un golpe.
No sé cuanto tiempo pasó. Quizás minutos, quizás horas, pero durante el tiempo en el que estuve sola en la habitación, imaginé millones de escenarios posibles. Tanto con respecto a que quería decir con eso de venganza, como a maneras de salir airosa de la habitación. Al final, ninguna conclusión sensata o productiva pude vislumbrar. Al abrir la puerta, el mundo volvió a caérseme encima: primero entró Jairo, mi cuñado, con rostro confundido. Lo seguía Juan ...