El mozo (Parte 3)
Fecha: 07/05/2025,
Categorías:
Hetero
Autor: Bellota D I, Fuente: CuentoRelatos
Me despertó una gota de sudor que se deslizaba en mi pecho. Hacía calor y había dormido hasta tarde, la luz del mediodía iluminaba el cuarto. Al darme cuenta de que estaba solita en la cama, me sentí incómoda. Él, seguramente se había despertado porque tenía cosas que hacer y, por amabilidad, me había dejado dormir. No quería molestarlo o ser intrusa en su cotidiano. Pese a lo que había pasado entre nosotros durante la noche, en realidad apenas lo conocía.
Busqué mi ropa y no la encontré en el piso, ni en el escritorio. Bajé de la cama y me puse en cuatro patas para mirar debajo.
—Qué hermosa vista me regalas apenas despierta…
Miré a mi espalda. Estaba en la puerta, sonriendo y guapo. Estaba sin polo, con un buzo gris oscuro y de tela delgada que me dejaba adivinar que no llevaba bóxer. Se dibujaba discretamente la forma gruesa y alargada de su verga. Llevaba una bandeja con un par de tazas y una cafetera italiana, como si estuviera en medio de su servicio en el bar. “Estoy en una puta película romántica…”, pensé.
Me senté precípitemente en la cama, escondiendo torpemente mi desnudez con la sábana. Con el sol que entraba en el cuarto, me parecía que sus ojos eran aún más celestes y claros, me intimidaba de nuevo.
—¿Por qué te tapas? Esta noche no te molestaba tanto estar desnuda frente a mí, ¿no? —me dijo, riéndose. —Acabo de preparar café y venía para ver si estabas despierta, parece que sí. Despierta y deliciosa.
—Lo siento, no me di cuenta de que te ...
... habías levantado. Gracias por el café, pero no te quiero molestar. Voy a vestirme e irme a mi casa.
—No, no te vas a vestir.
En un instante recordé las órdenes que me había dado en la noche y cómo le había obedecido, hipnotizada por mi propio gusto para este juego de sumisión.
—Ayer me dijiste que también tenías el día libre, —siguió. —Me agradaría que te quedes, si quieres.
Sonreí. La perspectiva de pasar el día en su compañía me provocó una sensación agradable entre las piernas, estas ligeras cosquillas que son el preludio de la excitación sexual. Si hubiera estado solita en mi casa, me hubiera dejado caer en el colchón para masturbarme y acariciar mis tetas, disfrutando de mi propia desnudez y del despertar de mi arrechura.
Puso la bandeja en el escritorio y sirvió el café. Me ofreció una taza y se sentó en la cama, mientras llevaba la otra a sus labios. La tomé y no pude resistir a las ganas de tocarle la espalda y recorrer algunas de las líneas negras que paseaban entre los lunares y pecas que la poblaban. Su piel era suave, quería besarla y morderla, mezclar su sabor con el café que me envolvía la lengua. Me acariciaba la pierna con una ternura, con idas y venidas ligeras, mirando por la ventana. Nos quedamos un rato así en silencio, tomando café, hasta que su mano subiera hasta mi sexo. Se dio la vuelta para besarme, agarrando suavemente mi concha con su mano, como si quisiera proteger un tesoro recién encontrado. Su lengua era exquisita y atrevida, era obvio ...