El mozo (Parte 3)
Fecha: 07/05/2025,
Categorías:
Hetero
Autor: Bellota D I, Fuente: CuentoRelatos
... pueden ser los ojos de un hombre cuando tiene placer! Me imaginaba que le encantaba verme así, esforzándome para sostener su mirada mientras su verga me deformaba la boca, dándome mi mejor cara de morbosa en celo. Sentía que quería más. Más rápido, más profundo, más apretado… Poco a poco, sus suspiros tomaban la tonalidad de una ligera queja, como si le empezara a costar la frustración que me aplicaba a imponerle. Desde la primera vez que le había visto en la universidad, había notado que tenía un culo particularmente bonito y me había quedado con ganas de conocer esta parte de su anatomía, sublimada por el pantalón que llevaba aquel día. Siempre pensé que no se le da la atención que merecen a las nalgas de los hombres, estas partes delicadas y sin defensa. Hasta podría decir que no se conoce – ni se disfruta – a un hombre por completo sin tomar el tiempo de descubrir su culo y darle el gusto de disfrutar las caricias en esta piel sensible. Sin soltar su verga, mi mano libre empezó la descubierta de estas curvas inexploradas y llenas de jabón. Eran musculosas y agradables de tocar. Las amasaba a mano llena y parecía que no lo dejaba indiferente. Extendió el brazo para cortar el agua. Sus suspiros eran más fuertes y me arriesgué a pasar mis dedos entre sus nalgas hasta llegar a su ano. En el mismo momento, presioné su verga un poco más con la lengua y aceleré mi movimiento. Cuando me atreví a entrar una falange en este estrecho agujero, se dejó llevar dócilmente con un gemido ...
... satisfecho. Movía apenas mi dedo, todavía precavida, era evidente que apreciaba mis gestos. Unos espasmos tenues empezaban a recorrer su verga, anunciando la paulatina subida de su goce. La retiré de mi boca para mirarla. Estaba totalmente vertical. Le di un par de lenguazos y me paré para llegar de nuevo a la altura de su mirada animada por una mezcla de desilusión y de frustración.
—Todavía no, cariño…—le dije a mi turno, burlona.
Salí de la ducha y agarré una de las tollas que estaban metódicamente dobladas en un estante. Me miró secarme, sonriendo y pensativo al verme, de la nada, tan cómoda como si estuviera en mi casa.
—¿No te quieres secar?
—Sí, sí claro —me contestó como si lo hubiera sacado de un sueño.
Lo envolví con la toalla que acababa de usar, abrazándolo. Si hubiéramos ocultado su impresionante erección y su manera de agarrarme el culo, medio impaciente, medio vengativo, era un momento de gran ternura. Nuestras bocas se encontraron en seguida y, rápidamente, el beso tierno se convirtió en una mezcla agitada de lenguas hambrientas. Me excitaba cómo me besaba, eran besos de abandono, calientes y húmedos. No pude resistir mucho al placer de tocarlo y volví a pajearlo, callando sus gemidos con mi boca. Bajo mis dedos latía una verga rígida y gruesa, me moría por sentirla llenarme de nuevo antes de seguir jugando con él.
—Échate.
—¿En el piso? —preguntó.
—Sí.
Sonrió, parecía agradablemente sorprendido que yo tomara las riendas. Se echó en ...