1. La vecinita (H32, M19)


    Fecha: 27/05/2025, Categorías: Confesiones Autor: manum, Fuente: RelatosEróticos

    ... ella se ve muy delgada y hermosa. Me tomo mi tiempo. Le quito los tenis y las calcetas. Le beso sus pies y le chupo sus dedos.
    
    —Me dan cosquillas —se retuerce.
    
    Le mordisqueo sus tobillos, lamo sus piernas y besuqueo sus rodillas. Luego hundo mi cabeza en su entrepierna mientras mis manos masajean sus pechos tiernos y sus pezoncitos. Ella se sorprende, estoy seguro que su noviecito nunca se ha bajado al pozo. La vecinita gime, se retuerce y me jala del cabello mientras yo le entierro la lengua. Cuando ya está muy caliente y chorreándose, busco un condón y me lo pongo. Me acomodo entre sus piernas. Ella me mira a los ojos. Acomodo mi verga pero no puedo. La vecinita se queja, está muy estrecha. Vuelvo a intentar, pero su coñito no me deja entrar. Entonces lo pienso, la vecinita y su novio siempre se dan sus fajes bien cachondos en la calle como si no hubiera mañana, tal vez no han tenido oportunidad de coger.
    
    —¿Eres virgen? —le pregunto.
    
    La vecinita no contesta.
    
    —¿Estás segura que quieres hacer esto?
    
    —Ven —contesta.
    
    Me pongo saliva en dos dedos y la penetro para que se dilate y coñito se acostumbre.
    
    —Uffff, uffff.
    
    Luego me pongo baba en el condón para lubricarlo más y lo intento ...
    ... de nuevo.
    
    —Ah, ah, ah —sufre la vecinita. Sus ojos se hacen grandes cuando su intimidad cede ante el intruso—. AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH—gime. La cabeza de mi falo está dentro de ella. Con mucho cuidado, la ensarto por completo. Yo empiezo con el mete-saca. Ella agoniza, sus gemidos de hembra son una mezcla de placer y de dolor. Por un momento parecen lloriqueos de una niña pequeña. Me preocupa lastimarla.
    
    —¿Te duele? —le pregunto.
    
    —Sigue —contesta.
    
    Yo aumento la velocidad. Su cuerpo enrojecido y sudado se arquea. La vecinita se revuelca desesperada por las sensaciones que le provoca el intruso en sus entrañas. Cierra los ojos y empieza a llorar. Me jala hacia ella y me abraza. Me acaricia el cabello, me da besitos tiernos en el cuello y gime en mi oído. De repente, ella acelera los movimientos, está a punto de venirse; me clava las uñas en la espalda y suelta un aullido largo de mujer. Yo eyaculo.
    
    No hablamos. La abrazo, le doy besos en sus mejillas y en su frente. Nos acariciamos durante un rato. De pronto, ella se levanta apresurada, revisa su celular, llevamos horas cogiendo, ya es de noche. Recoge su ropa y me dice espantada:
    
    —¡Tenía que llevarle el mandado a mi mamá desde hace un rato! 
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