La putísima madre (capítulo 1)
Fecha: 07/11/2018,
Categorías:
Incesto
Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos
... descubrir que dormía todas las noches al lado de semejante monumento de hembra.
Al rato partí hacia la facultad. Me despedí de mi madre dándole una última ojeada a su cuerpazo. Todavía me costaba reconocerla. Era como si alguien, de pronto, le hubiese inflado el culo y las tetas al punto de explotar. Estaba que se partía de buena.
Ese día, luego de las últimas y tediosas clases del semestre, salí a pasear con mi novia. Recuerdo que mientras caminaba junto a ella, en algún momento, miré de reojo a unas promotoras que vestían sus características calzas ajustadas e inmediatamente la imagen de mi madre se apoderó de mi cabeza. Quedé estupefacto. No podía creer que fueran unas trolas con calzas metidas en el orto las que me la recordaran. A partir de ese momento ya no pude escuchar a mi novia, sólo asentía de vez en cuando para disimular mi súbito desinterés. Su otrora dulce voz se había transformado en un ruido desagradable que martilleaba mi cabeza, la cual había sido invadida por la imagen del cuerpo de mi madre. Sólo quería que pasara el tiempo para volver rápido a mi casa y disfrutar de esa voluptuosidad recién revelada.
Después de unas cuantas horas de fastidio, por fin pude despedirme de mi novia, no sin antes prometerle que saldríamos esa misma noche. Al regresar a casa lo primero que hice fue entrar en la cocina buscando otra imagen igual a aquella que me había puesto a mil; y no fui defraudado. Allí estaba de nuevo mi vieja, en el mismo lugar, pero esta vez ...
... estaba leyendo. Lo hacía inclinada hacia adelante, con sus antebrazos apoyados en la mesada. Sus piernas formaban un leve ángulo obtuso con su tronco, lo que generaba una vista aún más espectacular de su tremendo culazo, que quedaba apuntando directo hacia mí, enfundado en aquella calza azul apretadísima y totalmente incrustada en el orto. Sus grandes y redondas nalgas lucían bien separadas por una oscura y larga canaleta central, la cual se devoraba furiosamente la tela de la calza. Yo no quería ser delatado nuevamente por alguna exclamación impropia, así que decidí hacer patente mi presencia:
–Hola… volví.
–Hola ¿Cómo te fue? –me dijo ella sin apartar la vista de su lectura.
–Bien…
Y busqué la forma de alargar la conversación, sólo para justificar mi superflua presencia en la cocina. Así que, sin sacarle los ojos del orto, le pregunté:
–¿Qué estás leyendo?
–¿Desde cuándo te interesan mis lecturas? –me respondió con aparente suspicacia.
–¿No estarías más cómoda sentada en un sillón? –le dije yo con defensivo sarcasmo.
Ella me miró, sonrió e hizo un tenue gesto de negación con su cabeza, y no se movió, siguió ofreciéndome una postal de su increíble culazo. En ese momento tuve la perturbadora sensación de que lo estaba haciendo a propósito, de que me estaba provocando. Imaginé que me había estado esperando sólo para mostrarme el culo. Yo no sabía que excusa inventar para seguir ahí parado mirándole el ojete; y no fui muy original:
–¿Y papá?
–Hoy ...