1. La putísima madre (capítulo 1)


    Fecha: 07/11/2018, Categorías: Incesto Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos

    ... través de la ventana, el desorden vegetal reinante.
    
    –Creí que lo iba cortar papá.
    
    –Tu padre está como tarado mirando tele. Parece que no lo mueve nadie de ahí.
    
    –Está bien, yo me encargo, ¿dónde está la máquina?
    
    –Está rota desde hace meses, si no ya lo hubiese cortado yo. Por ahí están las tijeras.
    
    Así fue que marché al patio del fondo para cumplir con las encomendadas labores de jardinero. No había pasado ni una hora cuando ya me encontraba exhausto, con los verticales rayos del sol del mediodía partiéndome la cabeza y habiendo logrado levantar apenas una modestísima montaña de pasto que no le hacía mella a toda la maleza que había crecido durante meses. Mi madre, al verme sufrir, se apiadó de mí y me alcanzó un vaso de agua. Yo le agradecí el gesto mientras me secaba el sudor de la frente. Ella se ofreció a ayudarme:
    
    –¿Querés que te vaya juntando el pasto? –me dijo.
    
    –Eso estaría genial –le respondí.
    
    Entonces trajo una bolsa, pero antes de que pusiera manos a la obra, pregunté y advertí:
    
    –¿No te vas a cambiar?, te vas a ensuciar la ropa.
    
    –¿Y qué querés que me ponga? Esta ropa es vieja.
    
    –Yo diría que algo más adecuado al oficio de jardinero –le dije con tono gracioso.
    
    –Mmmm, está bien, ya vuelvo –me dijo con una sonrisa maliciosa que me excitó un poco.
    
    Al cabo de unos minutos se apareció con su ropa de fajina, la cual casi me provoca un desmayo.
    
    –¿Así estoy bien? –me dijo con sonrisa pícara.
    
    Y vaya si estaba bien. La muy hija de ...
    ... puta se había puesto nuevamente la calza azul, tan ajustada al cuerpo que por delante le marcaba la concha en forma por demás obscena y por detrás se le enterraba toda en el orto. Arriba llevaba puesta una remera ajustada de una tela tan fina que dejaba entrever sus grandes y erectos pezones en medio de sus erguidas ubres carentes de todo sostén. “¡Mierda, que puta!”, pensé. Había vuelto a su vestuario de zorra y con mayor atrevimiento. Quería excitarme, sin duda, y a la muy putita parecía importarle tres carajos que mi viejo anduviera en la vuelta.
    
    Al verla con su vestuario tan alejado al del oficio de jardinero, mi verga se levantó inmediatamente debajo de mis holgados pantalones. Sólo atiné a tomar la tijera y seguir cortando el pasto desordenadamente. Ella –haciéndose la boluda– se agachó a recoger el pasto en forma tan sugerente que rayó lo obsceno. Lo hizo dándome la espalda y sin flexionar las rodillas, asegurándose, con un comentario banal, de que yo estuviera viéndole esos enormes glúteos macizos. Éstos parecían dos pelotas de básquet imposibles de disimular para la delgada tela de la calza.
    
    –¿Ya puedo juntar? –me dijo.
    
    Le adiviné una sonrisa perversa acompañando el comentario. Sólo pude esbozar un lacónico “si”, arrastrando bastante la ese.
    
    A esa altura tenía la pija que explotaba. No podía creer que mi propia madre me coqueteara de manera tan procaz. Pensé nuevamente en el cornudo de mi viejo: su mujer afuera pidiéndome a gritos que me la garchara y él ...
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